Por más que se intente suavizar el tono con mensajes en redes sociales, cuando una declaración es tan ambigua como un “nos vamos a movilizar”, manifestada por la mismísima presidenta de México, no se necesita ser experto en relaciones internacionales para entender que podría generar más fuego que entendimiento. Y así fue.
La secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kristi Noem, no tardó en “condenar” lo que interpretó como un llamado al desorden público desde el gobierno mexicano, luego de una ola de protestas en Los Ángeles en rechazo a las redadas migratorias. Según la funcionaria estadounidense, la presidenta Claudia Sheinbaum había “alentado” las protestas. Según Sheinbaum, fue todo un “malentendido”. Y en medio de ambos señalamientos, lo que quedó en evidencia fue una preocupante falta de pericia en el arte de la diplomacia por parte de la autollamada Cuarta Transformación.
No se trata de defender sin concesiones a uno u otro gobierno, pero sí de reconocer lo que está frente a nuestros ojos, un conflicto binacional poco acertado que bien pudo evitarse. ¿Por qué? Porque cuando la jefa del Ejecutivo mexicano declaró hace un par de semanas que “de ser necesario, nos vamos a movilizar”, en el contexto de un eventual impuesto a las remesas, abrió la puerta a interpretaciones peligrosas. Más aún, cuando esas palabras resuenan en un país con altos niveles de tensión racial, económica y migratoria como Estados Unidos. La política exterior, aunque a veces suene aburrida, no es lugar para la poesía nacionalista ni para los sermones populistas.
Lo que siguió fue predecible. Las redes sociales hicieron lo que mejor saben hacer, descontextualizar, amplificar, viralizar. El resultado fue que, días después, grupos de migrantes protestaron, algunos pacíficamente, otros no tanto, en diversas ciudades estadounidenses. Y en un abrir y cerrar de ojos, las declaraciones de Sheinbaum pasaron de ser una defensa de los derechos de los mexicanos en el extranjero a ser presentadas como combustible para la discordia.
La respuesta de la presidenta, vía redes sociales, buscó contener el daño. Aclaró que jamás alentó manifestaciones violentas, y que su postura ha sido siempre la defensa de los mexicanos trabajadores, no de los agitadores. Sin embargo, para cuando llegó ese mensaje, el daño ya estaba hecho. Porque en diplomacia, como en medicina, prevenir es mucho mejor que curar. Y aquí no hubo ni prevención ni cura efectiva.
Este episodio evidencia un patrón ya conocido en la política exterior de la 4T, una retórica nacionalista-populista usada como herramienta de presión interna que, al cruz Retóricas que incendian; poesía nacionalista y sermones populistas fronteras, se convierte en ruido, conflicto o, como en este caso, en un incómodo impasse bilateral. No es la primera vez que sucede, y si no hay un viraje de fondo, no será la última.
Porque defender a los migrantes mexicanos es no sólo válido, sino necesario. Pero hacerlo desde una narrativa torpe, enardecida y poco cuidada, sólo consigue desprotegerlos aún más. No se trata de abdicar a principios, sino de saber cómo expresarlos. No es lo mismo movilizarse que incendiar puentes. No es lo mismo un mensaje patriótico que uno explosivo. Y no es lo mismo ejercer la Presidencia de la República que un liderazgo estudiantil desde la UNAM de los ochenta.
A Sheinbaum, como a muchos en su movimiento, le sigue costando entender que gobernar no es tuitear, ni presionar con consignas, ni responder con slogans. Se gobierna con estrategia, con mesura y con diplomacia. Esa que, hasta ahora, parece estar ausente del repertorio histriónico de la 4T.
En política exterior no hay espacio para los malentendidos. Porque cuando se gobierna desde el estrado, la frontera entre el nacionalismo y el populismo puede parecer seductora, pero en la práctica, suele ser peligrosa. Y lo acabamos de comprobar.