La higiene en la Edad Media estaba profundamente influenciada por las condiciones sociales, económicas y culturales de la época. Durante este periodo, el acceso al agua potable y a sistemas de saneamiento era limitado, especialmente en las zonas urbanas. Las ciudades carecían de infraestructura adecuada, lo que contribuía a la proliferación de enfermedades.
El baño no era una práctica cotidiana para la mayoría de la población. Aunque existían baños públicos en algunas regiones, su uso decayó con el tiempo debido a prejuicios religiosos y la creencia de que el agua caliente podía abrir los poros y permitir la entrada de enfermedades. En su lugar, muchas personas utilizaban métodos alternativos, como lavarse con paños húmedos o recurrir a perfumes para disimular los olores corporales.
Por otro lado, el entorno doméstico tampoco favorecía una higiene adecuada. Las viviendas carecían de sistemas para la eliminación de residuos, y el contacto con animales era frecuente, lo que incrementaba la exposición a infecciones. Sin embargo, algunas prácticas higiénicas básicas, como el lavado de manos antes de las comidas, eran recomendadas por médicos de la época.
En conclusión, las limitaciones tecnológicas y las creencias de la Edad Media dificultaron el desarrollo de prácticas higiénicas efectivas, contribuyendo a la prevalencia de epidemias y problemas de salud.