La verdad. Digamos lisa y llanamente la verdad: somos un país bárbaro, primitivo; no de humanos, sino de fieras carniceras. ¿Cuándo se jodió México? Pues tal vez desde su mismo nacimiento. Primero, con los rituales sanguinarios de los aztecas los cuales se comían el corazón de sus víctimas y enemigos. No es una leyenda negra, eso pasaba. Lo peor, aún sigue pasando como un rito de iniciación en los cárteles del narcotráfico.
Luego, cuando los españoles trajeron la cruz, también llegaron con la espada y las carnicerías fueron atroces. Siempre hemos estados ligados más a la muerte que a la vida. De aquí entonces el mundialmente conocido como “Día de Muertos.” Celebrar la muerte y no la vida. Por lo anterior, un periodista norteamericano John Kenneth Turner (1879-1948) al venir a realizar reportajes sobre México y al publicar una larga saga de ellos en “American Maganize”, logra documentar profusamente el preámbulo de lo que llegaría a ser en pocos años, el inicio de la Revolución Mexicana.
¿Cómo tituló su libro de lo que veía, escuchaba y documentaba en medio de un salvajismo incomprensible, las atrocidades cometidas por el régimen de Porfirio Díaz y las condiciones miserables del grueso de la población mexicana? De la única manera y posible: “México bárbaro.” Seguimos siendo bárbaros.
En México, estamos peor que en la guerra, que en cualquier guerra. Un individuo, un carnicero, una bestia no un humano, se esconde, se agazapa en las carreteras ardientes que comunican a las principales ciudades de todo y en su momento, a un solo individuo se le adjudicaron haber desatado el infierno, el horror: la matanza de al menos 217 víctimas en las fosas clandestinas localizadas en un espacio sideral sin nombre decente ya y mucho menos estado constitucional mexicano alguno, San Fernando, Tamaulipas. Lo anterior usted lo sabe, fue en el año 2011.
Ayer fue San Fernando, Tamaulipas; luego sería Ayotzinapa, Guerrero; pero las fosas clandestinas y las masacres se multiplican en todo el territorio nacional. Aquí en el vecindario la masacre de Allende o lo sucedido en el Penal de Piedras Negras, siguen siendo una llaga abierta en la piel de los deudos y aún, de las propias víctimas que no encuentran su descanso eterno, mientras no haya justicia terrena.
Lo del campo de adiestramiento y exterminio en Teuchitlán, Jalisco (y en Tala), le sigue dando la vuelta al mundo por el horror y lo allí encontrado.
Situación tapada, pero sin verdadero éxito por la gravedad y tamaño de aquello, por parte de las autoridades federales lideradas por la Presidenta Claudia Sheinbaum. Poco a poco y de acuerdo a investigaciones periodísticas (no investigaciones o datos oficiales del Gobierno Federal, lo repito), se sabe de la gravedad de esa masacre.
En corto:
#Nos estamos acostumbrando al horror. Siempre ha sido así. Por eso, los ojos ajenos: los escritores, periodistas e historiadores que nos visitan, son los que alzan la voz por la magnitud de la pobreza, marginación y grado de bestialidad que nos habita. Fue el caso del historiador Oscar Lewis (1914-1970) quien escribió un libro perturbador sobre México: “Los hijos de Sánchez.”
#Ya pocos o nadie lo recuerda, pero las matanzas, masacres o exterminio, son cosa recurrente. En 1998 vino un Nobel de Literatura, José Saramago, a conocer de viva voz y en Chiapas, lo que fue la matanza de Acteal: 45 indígenas masacrados. En un artículo publicado de manera internacional, escribió: “He visto el horror.”
#Tal vez y sólo tal vez, el signo de la muerte nos habita. Llegó de Estados Unidos, fue el escritor William Burroughs. Atacado de alcohol, mató a su esposa de un plomazo en un episodio harto conocido en México. Fue en la colonia Roma. De sobra es conocido lo anterior. Remarco el punto: la violencia, la tragedia eterna en México.