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Opinión

Menos horas, más vida

Isra Reyes
Isra Reyes
mayo 12, 2025

En México, trabajamos mucho… quizá demasiado. Con 2,226 horas al año, somos uno de los países donde más se trabaja según la OCDE, pero —y aquí viene el golpe bajo— no por eso somos más productivos. Mientras que en otras latitudes se reduce la jornada laboral para mejorar la calidad de vida y, sorprendentemente, aumentar la productividad, aquí seguimos pegados al escritorio (o al taller, o a la fábrica) como si estuviéramos pagando una deuda ancestral.

Este 1º de mayo, Día Internacional del Trabajo, la presidenta Claudia Sheinbaum reavivó una discusión que parecía empolvada: reducir la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales. Lo dijo frente a los grandes sindicatos del país, y no lo dijo al aire: anunció el arranque de las mesas de diálogo para lograrlo. No será de un día para otro —aclaró—, pero el plan es que, para 2030, los mexicanos trabajemos legalmente solo 40 horas por semana.

La reacción empresarial no se hizo esperar. Desde Coparmex, su presidente Juan José Sierra fue claro: “No es el momento”. La economía se desacelera, la inversión se enfría y el empleo formal sigue sin despegar. El empresariado pide prudencia, incentivos fiscales y flexibilidad, y no está de más escuchar sus razones: aún operamos con una productividad baja y una informalidad rampante.

Pero, ¿y del otro lado? El secretario del Trabajo, Marath Bolaños, dejó algo muy claro: reducir las horas no es sinónimo de reducir el valor. Al contrario, se trata de dignificar el trabajo. La reforma busca devolverle tiempo a la gente, no solo para descansar, sino para vivir, para ver crecer a sus hijos, para estudiar, para cuidar su salud, para existir.

La última vez que México reformó seriamente su jornada laboral fue en 1917. Sí, en plena Revolución. Desde entonces, no se ha tocado la estructura legal del tiempo que un trabajador le dedica a su empleo. Y mientras tanto, las condiciones han cambiado, las tecnologías han evolucionado y el mundo laboral se ha transformado por completo.

Chile, Colombia y varios países europeos ya están en proceso de transición hacia jornadas más cortas. ¿Por qué México no podría hacerlo? La clave, dicen los expertos, está en el diálogo y la gradualidad. Es decir, que todos los sectores —trabajadores, sindicatos, empresarios y gobierno— lleguen a un acuerdo realista y justo.

No faltan los retos: ¿Cómo se reorganizarán los turnos? ¿Qué pasará con las micro y pequeñas empresas que apenas sobreviven? ¿Cómo se evitará que la carga de trabajo simplemente se concentre en menos horas, generando más estrés?

Sin embargo, también sobran las razones para avanzar. Porque reducir la jornada no solo se trata de trabajar menos, sino de trabajar mejor. De equilibrar la vida. De entender que las personas no son engranes, sino seres humanos con sueños, familia y derecho al descanso.

Decía el sociólogo francés Paul Lafargue que “el derecho a la pereza” era tan importante como el derecho al trabajo. Hoy, México tiene la oportunidad histórica de reconocerlo y ponerlo en práctica.

La mesa ya está puesta. Ahora toca sentarse, dialogar y pensar en un futuro laboral que no esté atado al reloj, sino a la dignidad.

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