México está atrapado en un falso dilema: o Morena, o el regreso de los de siempre. Pero ¿y si la verdadera alternativa no es ninguna de las dos? ¿Y si lo que necesitamos no es volver al pasado ni resignarnos a un proyecto hegemónico, sino construir algo nuevo, desde abajo, sin los vicios de la vieja política?
La oposición actual es un chiste mal contado. El PRI, ese dinosaurio que no termina de extinguirse, sigue creyendo que su hora volverá solo porque Morena tropiece. El PAN, convertido en un club de nostálgicos y conservadores, parece más interesado en pelear contra el aborto que en ofrecer un proyecto de país. Y Movimiento Ciudadano… bueno, ahí está, haciendo lo suyo: sobreviviendo a base de pragmatismo y candidatos inflables.
¿En serio alguien cree que estos partidos pueden representar a quienes no nos sentimos identificados ni con el oficialismo ni con la derecha recalcitrante? ¿Quién defiende a los jóvenes precarizados, a las mujeres que luchan por sus derechos, a los trabajadores explotados por el capital voraz, a las comunidades indígenas abandonadas? ¿Dónde está la izquierda que no sea clientelar, que no hable solo desde el poder, que no repita los mismos vicios contra los que un día dijo luchar?
Si la oposición actual no existe, o es un fracaso, entonces hay que crearla. No desde arriba, no con caciques disfrazados de renovadores, no con los mismos nombres de siempre reciclados. Hay que hacerlo desde las calles, desde los barrios, desde las fábricas y las escuelas. Una oposición que no tema decir que el neoliberalismo nos arruinó, pero que tampoco se trague el discurso de que todo lo que hace el gobierno está bien porque «es de izquierda».
Una verdadera alternativa tendría que ser radical en la defensa de los derechos sociales, pero implacable contra la corrupción, el autoritarismo y los abusos del poder, vengan de donde vengan. Tendría que denunciar los megaproyectos depredadores, pero también los pactos con los empresarios de siempre. Tendría que exigir justicia para los 43 de Ayotzinapa, pero también para las víctimas de la violencia hoy. Tendría que ser crítica sin convertirse en vocera de los intereses de la oligarquía.
No es tarea fácil, claro. Morena tiene hoy el control casi absoluto, y la maquinaria del Estado es un monstruo difícil de enfrentar. Pero si algo nos ha enseñado la historia es que los cambios profundos nunca vienen desde los que ya están cómodos en el poder. Vienen de los que se organizan, de los que no se callan, de los que creen que otro México es posible.
Si los partidos tradicionales no nos representan, si sus luchas son solo por curules y prebendas, entonces es hora de dejar de esperar que cambien. La única defensa posible es construir nuestra propia trinchera. Una izquierda que no le tema a la autonomía, que no se venda al mejor postor, que no repita los mismos errores.
El futuro no está escrito. Puede ser el de un país cada vez más controlado por un solo grupo, o el de una democracia real, plural, donde nadie tenga que elegir entre el mal menor. Si no nos movemos ahora, después será tarde. La oposición que México necesita no va a caer del cielo. La tenemos que hacer nosotros. ¿O vamos a seguir quejándonos sin hacer nada?