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Opinión

El populismo encumbra la estupidez

Fernando Urbano
Fernando Urbano
febrero 17, 2025

El populismo, es un fenómeno político que ha ganado terreno en diversas partes del mundo, y ha logrado algo que parecía impensable en democracias consolidadas, dar un giro a las estructuras tradicionales del poder y transformar el discurso político en algo cada vez más visceral, polarizado y, en ocasiones, desconectado de la razón y el sentido común. A menudo se asocia con la manipulación de las emociones, el uso de la retórica simplista y la promoción de soluciones fáciles a problemas complejos. Este enfoque puede ser sumamente atractivo, pero no está exento de peligros. 

En este contexto, la afirmación de que “el populismo encumbra la estupidez” adquiere un significado profundo, pues detrás de ella se encuentra la reflexión acerca de los efectos que la política populista tiene sobre la sociedad, la calidad del discurso público y la formación de una ciudadanía crítica.

El populismo, en su definición más básica, se refiere a un estilo político que divide la sociedad entre “el pueblo puro” y “la élite corrupta”. Bajo esta premisa, los populistas se presentan como los auténticos representantes de la gente común, atacando a las instituciones y élites que, según ellos, están desconectadas de las necesidades del pueblo. 

En este sentido, la “estupidez” a la que hace referencia la afirmación no es necesariamente una falta de inteligencia en el sentido estricto, sino más bien una falta de pensamiento crítico y reflexivo. El populismo, al apelar a las emociones y los impulsos inmediatos, en lugar de fomentar un diálogo informado y racional, promueve un tipo de política que hace frente a los problemas con soluciones reduccionistas. La idea de que el pueblo tiene todas las respuestas, sin la mediación de expertos o de un análisis técnico, contribuye a la creación de un ambiente en el cual el conocimiento es desvalorizado y las decisiones políticas se toman en función de lo que suena más popular, en lugar de lo que es más eficaz.

Los populistas, al presentar una visión simplista del mundo, proponen que la voluntad popular debe prevalecer por encima de cualquier conocimiento experto. Esta postura no solo es peligrosa para la estabilidad política, sino que también contribuye a la erosión del tejido social, pues promueve una desconfianza generalizada hacia las estructuras de conocimiento que son necesarias para el progreso colectivo.

Los populistas a menudo recurren a discursos que, si bien apelan a los sentimientos de frustración de sectores amplios de la sociedad, no tienen un fundamento sólido en hechos verificables. La desinformación y las teorías conspirativas proliferan en este tipo de ambientes, creando burbujas informativas donde la verdad se vuelve relativa y los argumentos basados en evidencia pierden valor. 

Los efectos del populismo sobre la educación y la formación crítica son devastadores. Al poner énfasis en el carisma de los líderes y en la simplificación de las políticas, se reduce la importancia de la educación en el proceso político. La educación, que debería ser el pilar de una ciudadanía reflexiva y participativa, se ve desplazada por discursos vacíos y sensacionalistas. El populismo fomenta una cultura donde la complejidad es rechazada y el pensamiento crítico es relegado a un segundo plano, favoreciendo la “opinión” sobre el análisis y la reflexión.

El populismo, al promover una visión simplista y polarizada de la política, no sólo desacredita las instituciones democráticas y el conocimiento especializado, sino que también fomenta una cultura política en la que la razón y el pensamiento crítico quedan marginados. 

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