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Opinión

El pasado y otras ficciones de la 4T

Fernando Urbano
Fernando Urbano
mayo 12, 2025

El pasado es el culpable de todosiempre. Sin excepciones. Como si fuera dogma de fe, esa narrativa fue repetida, con una disciplina que ya envidiaría los viejos regímenes, por el ex presidente López Obrador durante todo su sexenio, y hoy por su heredera política, la presidenta Claudia Sheinbaum. Cambian los nombres, cambian los voceros, pero no cambia el guion, el problema no es la falta de resultados, es que antes todo estaba podrido. Qué conveniente.

Durante años, desde antes de la campaña de 2018 y hasta el último suspiro del expresidente en Palacio Nacional, hemos escuchado la misma letanía, “los neoliberales destruyeron al país”, “el saqueo fue brutal”, “los gobiernos anteriores eran una mafia del poder”. Y sí, después de escuchar eso todos los días, es normal que más de uno quiere justicia, pero lo mínimo que uno esperaría es que después de tanto señalamientopues hubiera al menos una investigación seria. Una. ¿Dónde están esas “pruebas irrefutables” de corrupción histórica? ¿Dónde están los expedientes, los peritajes y las auditorías imparciales? Lo cierto es que, más allá de sentencias matutinas, no hay nada sólido que sustente las acusaciones. Nada que pueda ser defendido en tribunales, ni en la historia. Nada. 

Y es aquí donde la Cuarta Transformación se tropieza con su propia narrativa. Porque si tanto sabían, si tanto veían, si tanto denunciaban, ¿por qué no actuaron?, ¿por qué después de más de seis años con todo el poder, mayoría en el Congreso, fiscalía alineada, tribunales presionados y hasta la CNDH reducida a un apéndice ideológico, no hay una sola gran investigación institucional que haya derrumbado el mito neoliberal? No porque no haya habido errores en el pasado, claro que los hubo, sino porque la 4T no quiso, y no quiere esclarecer nada. Lo que querían era narrar, no gobernar. Y narraron bien.

Hoy, con Sheinbaum al frente, el relato continúa, pero ya no con el mismo encanto. Porque una cosa es culpar al pasado cuando uno llega, y otra muy distinta es seguir culpando cuando ya se ha sido poder, gobierno, decisión y presupuesto. Ya no hay pretextos. Si el pasado fue tan terrible, ¿por qué no lo desmantelaron con hechos? ¿Por qué no han encarcelado a los grandes villanos de su fábula? ¿Por qué no han abierto comisiones de la verdad, con peritos, documentos y resultados verificables? Muy simple, porque mucho de lo dicho fue falso, o al menos insuficientemente sustentado. Y cuando se gobierna con verdades a medias, se termina administrando mentiras completas.

El verdadero problema es que la 4T convirtió la historia en herramienta electoral. No para entenderla, no para superarla, sino para mantener al país en un eterno presente de confrontación. Así, el pasado es útil, permite justificar errores propios, distraer del presente y blindarse contra cualquier crítica. ¿Se cayó el Metro? Culpa del pasado. ¿Faltan medicamentos? Culpa del pasado. ¿Fracasa Dos Bocas, el Tren Maya se inunda o el AIFA vuela vacío? Tranquilos, la culpa sigue siendo del pasado. Qué forma más cómoda de ejercer el poder sin asumir responsabilidades.

Pero la historia, como el tiempo, no se detiene. Y lo que hoy es presente, mañana será pasado. ¿Qué dirá entonces la presidenta Sheinbaum dentro de cinco años, cuando alguien cuestione su desempeño? ¿Dirá que la culpa fue de AMLO? ¿Del 2024? ¿De los neoliberales zombis que aún merodean por las oficinas del gobierno federal? Difícil será sostener el discurso cuando uno ya es historia. Porque, tarde o temprano, el relato también caduco.

Mientras tanto, seguimos esperando las famosas pruebas. Los expedientes. Las investigaciones serias. Y no, no nos referimos a conferencias con cartulinas, ni a mañaneras con recortes de periódicos. Nos referimos a procedimientos legales, con estándares judiciales, con evidencias sólidas y responsables identificados. Eso es lo que distingue a una democracia funcional de un gobierno de espectáculos. Pero parece que en la 4T eso nunca fue prioridad. Lo importante era ganar elecciones, no ganar verdades.

La presidenta debe de entender que gobernar no es contar historias. Es responder con hechos. Y si no tienen pruebas, entonces mejor guarden silencio. Porque seguir culpando al pasado sin demostrar nada, ya no es política. Es cobardía institucional.

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