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Opinión

El legado progresista de Francisco

Fernando Urbano
Fernando Urbano
abril 28, 2025

Cada semana, hasta hoy, sin ninguna falla, escribo comúnmente sobre política, pero en esta ocasión, escribo sobre religión. Soy católico. Mi vida, y particularmente mi educación, ha sido cercana a la doctrina, las celebraciones y los valores que la Iglesia ha enseñado por siglos. Por suerte tuve maestros que no solo me enseñaron la doctrina, sino que me hablaron con claridad de una Iglesia que tenía que cambiar, abrirse, y caminar con el mundo. No era rebeldía, era coherencia con el mensaje de Jesús.

Pero también he visto, como millones, los desencuentros entre esa Iglesia de los altares y la vida concreta de los creyentes. He visto, como muchos, que en ocasiones las puertas estuvieron más cerradas que abiertas, y que el juicio pesó más que la compasión. Por eso, el camino que impulsó Francisco no fue solo necesario, fue el que generó esperanza en muchos.

El Papa argentino propuso, con palabras sencillas, pero de hondo calado, una Iglesia totalmente abierta. Una Iglesia que no se queda en su centro, sino que camina con los pobres, los migrantes, y las minorías; que se arrodilla ante el dolor del otro y que acompaña, sin imponer. Su discurso no fue político, fue pastoral. No ideológico, sino profundamente evangélico. En un mundo sacudido por la desigualdad, el individualismo y la indiferencia, Francisco recordó que la fe no puede vivirse de espaldas al sufrimiento humano.

Su tono fue crucial. No se trató de proclamar dogmas nuevos, sino de mirar con otros ojos las realidades de siempre.  Una de sus frases más fuertes fue esa de que “los pastores deben oler a oveja”. Con eso lo dijo todo, la Iglesia no puede seguir siendo un espacio cerrado, ajeno al dolor y a las luchas cotidianas de la gente. Tiene que estar ahí, donde se sufre, donde se duda, donde se vive. Y eso no es relativismo, y mucho menos pérdida de valores. 

Esa apertura no significó debilidad doctrinal, sino valentía pastoral. El Papa no cambió el contenido esencial de la fe, pero sí la manera de comunicarlo, de vivirlo, de compartirlo. Si la Iglesia quiere seguir siendo relevante, debe tener el coraje de mirarse al espejo y preguntarse si sus estructuras, sus prioridades y sus formas hablan aún al espíritu del hombre contemporáneo.

Hoy, cuando Francisco ya no está, es legítimo preguntarse hacia dónde caminará la Iglesia. ¿Volverá a cerrarse solo para sus creyentes, a hablar en voz baja dentro de los templos mientras el mundo grita fuera de ellos? ¿O tendra la valentía de continuar el camino que abrió con sencillez y firmeza, el de una Iglesia que acompaña, que escucha, que no teme al diálogo ni a la duda?

Como católico, deseo profundamente que la Iglesia mantenga ese rumbo progresista, no por una moda, sino por fidelidad al Evangelio. Porque ser progresista, en este contexto, significa avanzar hacia una fe que no teme ensuciarse las manos con la realidad; que no se aferra a privilegios, sino que se despoja para servir; que no busca imponerse, sino sembrar.

El legado de Francisco es, en el fondo, una invitación a la coherencia. A vivir lo que se predica, a hablar con empatía incluso cuando se discrepa, a poner al ser humano en el centro, tal como lo hizo el principal profeta de la iglesia católica. No se trata de cambiar la fe para agradar al mundo, sino de vivirla para que ilumine al mundo.

No debe haber vuelta atrás. La Iglesia, para ser fiel a sí misma, debe seguir siendo profética, compasiva, abierta y valiente ante los desafíos de la historia. Porque en ese camino, progresista y profundamente evangélico, está su mayor oportunidad de renovación y su verdadera misión.

Es una oportunidad. La de ser una Iglesia que se ensucia los zapatos entre los pobres, que acompaña a los jóvenes, que abre las puertas a quien se siente herido. Que no tiene miedo de hablar con claridad, aunque eso implique salir de su zona de confort.

El legado de Francisco tiene que ser una brújula. Porque solo una Iglesia que se renueva, que se humaniza y que abraza la realidad tal como es, puede ser verdaderamente guía para el mundo. 

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