Morena tiene una obsesión con los números… cuando les conviene. Les encanta hablar de votos cuando ganan, de porcentajes cuando superan a la oposición, de “el pueblo manda” cuando el resultado les favorece. Pero cuando los números no cuadran, cuando la realidad les grita en la cara que su capricho no prende, entonces optan por las maromas olímpicas. Se hacen de la vista gorda, inventan narrativas o, peor aún, simplemente esconden el desastre bajo la alfombra. Así pasó con la elección judicial. Un despropósito disfrazado de ejercicio democrático.
De entrada, hablemos de la participación ciudadana. Según datos del propio Instituto Nacional Electoral, apenas el 13% del padrón acudió a votar. Eso, traducido en personas, representa aproximadamente 13 millones de votantes, en un país donde el padrón supera los 99.9 millones de ciudadanos. O sea, más del 85% decidió no jugar ese juego. Y ojo, porque este fue el tercer gran descalabro de Morena en ejercicios de “consulta popular”, primero fue el teatro de la consulta para juzgar expresidentes, luego la fracasada revocación de mandato y ahora esta pantomima judicial. ¿Coincidencia? Para nada. Patrón.
Porque aquí no se trata solo de una cifra baja de participación. Se trata de una muestra clara de que la ciudadanía está harta de que se usen las instituciones como juguetes políticos. Porque esta elección judicial no fue un ejercicio de democracia participativa, como lo pintaron. Fue una puesta en escena, costosa y vacía, para justificar una intención que ya venía escrita desde Palacio Nacional, debilitar al Poder Judicial.
Una elección sin competencia real, sin transparencia, sin árbitros imparciales, sin reglas claras y, sobre todo, sin interés ciudadano. No hubo debate, no hubo información, no hubo motivación legítima para participar. Fue, más bien, una simulación en toda forma. Y como buena simulación, el resultado fue nulo. Literalmente. Porque los votos nulos superaron incluso a los votos válidos que en lo individual obtuvieron los próximos ministros. Un pequeño detalle que a la narrativa oficial parece que se le “olvidó”.
Lo más triste de este episodio no es solo el ridículo electoral, sino el golpe a la democracia y a la división de poderes. Lo que Morena buscaba es evidente, someter a jueces, magistrados y ministros a su lógica de obediencia. Quitarles independencia, diluir su autonomía y convertirlos en extensiones del poder ejecutivo. Y todo eso disfrazado de una elección.
Gastaron millones de pesos en un proceso que nadie pidió. Ni la ciudadanía lo exigía, ni el sistema judicial lo necesitaba. Pero ahí fueron, tercos en vendernos la idea de que el pueblo quiere elegir jueces. Cuando la realidad, fría y contundente, dice que el pueblo no se presentó. Que el pueblo simplemente no compró el boleto de la función. ¿Y qué hace Morena ante esto? ¿Reconoce el fracaso? ¿Hace una autocrítica? No. Lo minimiza. Lo ignora. Y peor aún, lo celebra como un triunfo popular. Una maroma más para su repertorio histriónico.
Pero hay algo que ni la propaganda más elaborada puede tapar, los números. Las matemáticas no mienten. La abstención fue aplastante. La apatía fue evidente. Y el mensaje, claro, el poder judicial no se toca, y menos de esta manera.
Y mientras tanto, los verdaderos problemas del país siguen ahí, la inseguridad, la corrupción, la pobreza, la violencia. Pero claro, es más fácil inventarse enemigos en toga y birrete que enfrentarse a la realidad. Esta elección judicial, lejos de fortalecer la democracia, la debilitó. Porque una democracia sin instituciones sólidas, sin contrapesos, sin confianza ciudadana, es solo una fachada.
Que no nos engañen con cifras infladas ni con euforias montadas. Esta elección fue un gasto innecesario, una maniobra política burda y un insulto a la inteligencia ciudadana. Y aunque ellos quieran maquillar el fracaso, aunque intenten escribir otra historia, la verdad es terca. Y, como siempre, termina saliendo a la luz.