Por Enrique Martínez y Morales
Desde tiempo inmemorial el sexo femenino ha sido relegado de los negocios circunscribiendo su rango de acción a las tareas domésticas y obligaciones familiares, principalmente. Y aunque a partir de mediados del siglo pasado las mujeres comenzaron a desempeñarse más en la empresa y en la política, su participación sigue siendo aún limitada, lo que se convierte en un desperdicio de talento que nos afecta a todos.
Hasta en países que se consideran avanzados en cuestiones de equidad de género, como Estados Unidos, la diferencia sigue siendo abismal. A pesar de que se ha demostrado que entre más mujeres laboran en una empresa mejores son sus números, en nuestro vecino del norte solo el 26% de las vicepresidencias, el 14% de los asientos de los consejos y el 4% de las direcciones generales de las principales corporaciones corresponden a mujeres.
Son muchas las razones que hacen a las damas invaluables activos para la empresa. Referiré algunas que presenta Judy Robinett en su libro “Cómo ser un conector poderoso” y con las cuales coincido.
Los hombres construyen alianzas mientras las mujeres desarrollan relaciones, más orientadas a lo afectivo que al interés, lo que genera lealtades. Los hombres consolidan hacia adentro mientras las mujeres abren su perspectiva hacia nuevos grupos.
Los hombres se hacen cargo del negocio desde una perspectiva fría y calculadora, mientras las mujeres toman en cuenta los detalles personales y la inteligencia emocional, cualidades ahora muy valoradas, sobre todo con clientes, proveedores y accionistas.
Los hombres promueven la creación de grupos de trabajo, mientras las mujeres crean relaciones colaborativas, que son más transversales, adaptables, multidisciplinarias y basadas en los perfiles individuales y lazos de amistad, con lo que se obtienen mejores resultados.
Los hombres son recompensados por promoverse a sí mismos, mientras las mujeres por promover a los demás, por formar grupos efectivos y afectivos. Esto, que en el pasado restaba valor a la mano de obra femenina, hoy es un valioso activo para las empresas.
Los hombres cuentan con patrocinadores, las mujeres con mentores. Un patrocinador busca un beneficio a su inversión, mientras un mentor trata de transmitir sus experiencias y conocimientos desinteresadamente. Por eso las mujeres en los negocios son más transparentes, honestas y con mejores sentimientos.
Los hombres comercian favores, pensando en términos transaccionales, mientras las mujeres ayudan de corazón, sin esperar recibir nada a cambio, y a la larga, esa actitud es la que mejores retornos refleja al negocio.
Como vemos, las cualidades femeninas que antes las alejaban de los negocios, ahora son altamente valuadas. La participación de las mujeres en la vida productiva de las economías no solo es deseable sino necesaria para el beneficio de toda la sociedad. No es posible que sigamos desperdiciando tanto talento.