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Opinión

Desaire, fragmentación y auge

Fernando Urbano
Fernando Urbano
marzo 18, 2025

El pasado 9 de marzo, en un evento realizado en el Zócalo capitalino, tuvimos la oportunidad de confirmar la realidad que se vive al interior de Morena; a través de un acto aparentemente simple, pero con implicaciones profundas, la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, fue ignorada y desairada por los líderes del partido oficialista, quienes, en lugar de reconocer su liderazgo, se volcaron con entusiasmo en saludar, rodear y tomarse fotografías con Andrés Manuel López Beltrán, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador y, hasta ahora, una figura secundaria en la estructura de poder del partido. Este desaire no solo cuestiona la unidad interna de Morena, sino que también pone en evidencia una realidad que muchos preferirían ignorar, el verdadero poder no está en las manos de Sheinbaum, sino en la figura emergente de López Beltrán, quien ha heredado el control de la fuerza política más importante de México.

El refrán popular “muerto el rey, viva el rey” nunca tuvo un sentido más certero que en este evento. La demostración pública de que el liderazgo del expresidente sigue siendo el eje de las decisiones en el partido y en el gobierno no deja espacio a dudas. Claudia Sheinbaum, quien asumió la presidencia con la promesa de continuar el proyecto de la Cuarta Transformación, quedó expuesta a la desconfianza y a la falta de respaldo de los propios liderazgos de su partido. El gesto fue claro, mientras ella se encaminaba hacia el escenario, la atención se centró completamente en el hijo del expresidente, un acto que refleja más que una simple omisión protocolaria, sino una señal de que los hilos del poder real siguen en manos de quien forjó este movimiento y no de quien ocupa la silla presidencial.

Este desaire hacia Sheinbaum no es un hecho aislado, sino un síntoma de un partido dividido, donde los liderazgos internos han comenzado a tomar posiciones que distan de la unidad mostrada durante la campaña electoral. La ausencia de apoyo explícito a la actual presidenta de la República por parte de sus propios aliados políticos pone en evidencia la falta de cohesión en el proyecto de López Obrador.

Es cierto que Sheinbaum cuenta con el aparato político y las herramientas electorales para gobernar, pero esas herramientas no garantizan un gobierno sin conflictos políticos internos. Su poder es relativo y limitado por la falta de un respaldo sólido por parte de los sectores y personajes más influyentes de su partido. Aunque tiene la legitimidad democrática de haber llegado a la presidencia, su liderazgo no ha logrado consolidarse al interior de Morena, lo que abre la puerta a una fragmentación que podría afectar no solo la estabilidad del gobierno, sino también el futuro político del país.

El verdadero poder, parece estar en manos de López Beltrán, quien, al recibir la atención en el evento del Zócalo, da una señal de que está listo para tomar las riendas de lo que su padre comenzó. Esto no es una simple especulación, sino una lectura de los gestos y las dinámicas internas que se están gestando en Morena. El hijo del expresidente, que nunca ha sido elegido por el pueblo ni ha mostrado una inclinación hacia la política pública en términos formales, se perfila como una figura clave en la sucesión del poder en el partido y, por extensión, en el país. Su cercanía con los principales actores de la política interna, como su padre y otros miembros del círculo cercano de Morena, lo convierte en la pieza clave del futuro inmediato de la Cuarta Transformación.

En este contexto, el desaire a Sheinbaum no solo es una falta de respeto, sino un reflejo de la disfuncionalidad de un partido que no logra consolidar su proyecto en torno a un liderazgo claro y fuerte. Los verdaderos motores del poder en México están en manos de la dinastía que encarna López Beltrán. El futuro de Morena y de la Cuarta Transformación está en manos de más de uno, y no todos juegan con las mismas reglas.

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