Se cumplen 80 años de la muerte de una niña-mujer, autora de un diario, de un libro conmovedor que todo mundo debemos leer y releer: “El diario de Ana Frank”, de Ana Frank. Murió en un campo de concentración en febrero de 1945. Tengo varias ediciones de su libro, siempre las compro todas porque hay analistas que indagan, buscan y encuentran nuevas resonancias en sus letras. Letras de batalla, lucha y esperanza.
Quien esto escribe ha hecho sus propias exploraciones en la vida y obra de esta niña-mujer, he detenido mi acento no pocas veces en su vena gastronómica, la entrada de la niña de 13 años a la adolescencia y sus visibles huellas donde atisbaba el sexo y el deseo. La exploración de sus lecturas las cuales la formaron.
Ana Frank (1929-1945) es emblema del holocausto judío y víctima de la Segunda Guerra Mundial como miles de judíos y católicos, es decir, ciudadanos como usted o como yo los cuales fueron mártires de los horrores de la guerra.
Es el “Diario” de una niña de 13 años y encerrada dos (junto con su familia y otros judíos) en lo que ella bautizó como “La casa de atrás”, con miras a no ser detenidos por los nazis y ser liquidados. Al cumplir 15 años y luego de dos de encierro, repito, fueron encontrados (delatados al parecer) por los servicios de inteligencia nazis y fueron enviados a campos de concentración.
Allí moriría toda la familia Frank, sólo se salvó el padre, Otto Frank, al cual le debemos la publicación. El libro es testimonio de coraje, entereza y las vicisitudes de una niña obligada a madurar de manera atroz y brutal. Y una arista poco explorada del diario llevado por la infanta Ana Frank, repito, es precisamente su “dieta” (dieta del hambre, realmente), los bastimentos que los Frank tenían como provisión para seguir escondidos y aguantar hasta que terminara la guerra.
Bastimentos y despensa que se fue acabando. Usted lo sabe: invadida Holanda por las tropas nazis, la familia de origen judío y de Alemania, los Frank, comerciantes en su origen, quienes huían ya de la masacre, se establecen en Ámsterdam. Donde no tardarían en ser alcanzados por la barbarie. En el edificio donde el padre de Ana Frank, Otto, tenía sus oficinas, éste habilita la parte trasera como escondite para salvarse de la Gestapo. Ocho personas en total estuvieron encerradas en la “Casa de atrás” de junio de 1942 a agosto de 1944.
En este espacio claustrofóbico, miserable y precario, comiendo alimentos podridos y respirando aires malsanos, una niña de 13 años recibe como regalo de cumpleaños un diario de tapas rojas y blancas el cual se convertiría en un testimonio de coraje, una vocación de vida, un reflejo fiel de los horrores de la Segunda Guerra Mundial; pero también, la introspección, ideas, avatares y vocación de una niña/adolescente obligada a madurar de una manera ruda y brutal.
En una entrada de su Diario, escribe: “Puede perderse todo, la riqueza, el prestigio; pero esa dicha en tu corazón sólo puede, cuánto más, ensombrecerse, y volverá a ti siempre, mientras vivas. Mientras levantes los ojos, sin temor, hacia el cielo, estarás seguro de ser puro y volverás a ser feliz, suceda lo que suceda.”
Sin duda. Ana Frank, la esmirriada niña con un temple de acero, vivirá pro siempre en las letras de su portentoso “Diario.”