La palabra es un arma mortífera, se sabe desde tiempos de la antigüedad. Los estados totalitarios temen más a la pluma, que a la revuelta callejera. Los hombres pasan, las ideas echan sus raíces en los hombres libres y es imposible contenerlas. Se teme a la palabra escrita, a las palabras que todos conocemos, pero que, por magia y reflexión del escritor, se convierten en oro o bien, fuego eterno, cuando aparecen en oraciones que penetran por la mirada, el corazón, la piel y la inteligencia.
Lo anterior y no otra cosa, fueron los casos de la censura, exilio y persecución de Anna Ajmatova, Aleksander Soljenitsyn, Joseph Brodsky, Salman Rusdhie, Danilo Kis, Guillermo Cabrera Infante, Reinado Arenas… por citar algunos ejemplos. La ficción –escribe el francés Christian Salmon– representa una amenaza para el mundo. Y el mundo trata de conjurarla. Secretario del Parlamento Internacional de Escritores (responsable de la red de casas refugio) y director de la revista “Autodefé,” Christian Salmon publicó en el año 2001, “Tumba de la ficción, un volumen de ensayos que revela el carácter más actual de la censura que busca suprimir no tanto la obra como al escritor mismo. En este libro desfilan casos como el de Danilo Kis –acusado por el régimen totalitario de la Yugoslavia prosoviética–, el de Salman Rusdhie – perseguido por la intolerancia del ayatola Jomeini, al cual y recientemente, le sacaron un ojo de un limpio cuchillazo, puf– y el caso de autores que han caído en el mutismo y la autocensura.
En un texto poco conocido de Hermann Broch, titulado “El espíritu y el espíritu de los tiempos”, este escribió: “Un singular desprecio por la palabra, casi una repugnancia por ella, se ha apoderado de la humanidad. La hermosa confianza en la posibilidad para los hombres de convencerse a través de la palabra, del habla y de la palabra, se ha perdido radicalmente. Jamás, por lo menos en la historia de Europa occidental, ha reconocido el mundo con semejante sinceridad y franqueza que la palabra carece de valor, que ni siquiera vale la pena intentar una comprensión mutua. El mutismo cae sobre el mundo como una losa.”
¿Lo nota? Es lo de hoy. Primero, todo mundo dejó de leer. Se leían milimétricamente 140 caracteres (no palabras, ojo) fue lo llamado twiter o algo así. Ahora, la palabra está a punto de desaparecer por la aparición de mini videos para gente boba y estúpida, eso llamado Tik Tok: la imagen le gana a la palabra… pero la palabra es eterna. Lo vimos líneas arriba.
En corto:
#José Ortega y Gasset: el pensador español afirma que cada hombre tiene un proyecto esencial – tal vez único – y que dedica su existencia a rechazarlo o a realizarlo, luchando, sin embargo, casi siempre contra él. ¿Cuál es el proyecto de los habitantes de las redes sociales?
#¿Lo ha notado? El pasado 13 de abril, mi celular no cesaba de sonar y recibir mensajes. Todo mundo me contaba de un día negro (Casi todos los días lo son ya, por uno u otro motivo: suicidios, muertes de tránsito por alcoholismo, guerras de pandillas, venganzas, violencia urbana…). El día 12 de abril, 3 colgados. Tres suicidios en la región. Un joven de 23 años, una mujer de 32 y una niña de 15. Caray. ¿Y las redes sociales y los amigos en “tiempo real?”
#Murió el Papa Francisco. ¿Y por qué tanto revuelo y lloro al respecto? Todo mundo vamos a morir, tarde o temprano. Zygmunt Bauman, el pensador polaco antes de morir, dejó para la eternidad un concepto filoso: “retrotopía.”
El cual es en sus propias palabras: “Actualmente están emergiendo las ‘retrotopías’; visiones que se ubican en el pasado/perdido/robado/abandonado que se niega a morir, en lugar de vincularse al futuro inexistente, que todavía no ha nacido…” El anterior liminar viene a mi materia gris por la muerte del Papa. ¿No es precisamente estar atado a un pasado remoto el cual se creía harto superado?