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Opinión

70 años de “Pedro Páramo.”

Jesús R. Cedillo
Jesús R. Cedillo
abril 21, 2025

Cuenta el escritor Enrique Vila-Matas –que, para contar, cuenta mucho y al parecer es el mejor contador de historias– que, en una conferencia en Caracas, Venezuela en 1974, le preguntaron a Juan Rulfo del por qué ya no escribía, a lo que Rulfo contestó: “¿Qué por qué no escribo?, pues porque se murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias.”

“Siempre andaba platicando conmigo –continuó Rulfo ante una sala atestada de interesados en el fenómeno Rulfo que luego de “Pedro Páramo” (1955) no volvería a publicar nada en su vida–. Pero era muy mentiroso. Todo lo que me contaba eran puras mentiras. Algunas de las cosas que me platicó fueron sobre la miseria en la que había vivido. Pero no era tan pobre el tío Celerino. El, debido a que era un hombre respetable, según dijo el arzobispo de allá por su rumbo, fue nombrado para confirmar niños, de pueblo en pueblo.”

Cierta o ficticia, Rulfo encontró en la historia de su Tío Celerino la justificación perfecta para explicar por qué ya no escribía. Todo viene a propósito por el 70 aniversario que se cumple este año de la primera edición de “Pedro Páramo.” Fue publicada por el Fondo de Cultura Económica en julio de 1955.

Sobre el mítico silencio de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno –nombre de por sí mismo, de escritor de ficción– el escritor Augusto Monterroso escribió una fábula: el zorro sabio. En ella se habla de un zorro que escribió dos libros de éxito y se dio con razón por satisfecho y pasaron los años y no publicaba otra cosa. 

Los demás comenzaron a murmurar y a preguntarse qué pasaba con el zorro y cuando le encontraban en los cocteles se le acercaban a decirle que tenía que publicar más. Pero si yo he publicado dos libros, decía con cansancio el zorro. Y muy buenos, le contestaban, por eso mismo tienes que publicar otro. El zorro no lo decía, pero pensaba que en realidad lo que la gente quería era que publicara un libro malo. Pero como era un viejo zorro, no lo hizo.

Juan Rulfo es autor de dos libros, uno de cuentos, “El llano en llamas”, y una novela, “Pedro Páramo.” De ésta última dijo: “En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y apunté el primer capítulo de una novela que durante años había ido tomando forma en mi cabeza…Ignoro todavía de dónde salieron las intuiciones a las que debo “Pedro Páramo.” Fue como si alguien me la dictara. De pronto a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules.”

En corto:

Cuenta la leyenda que después de “Pedro Páramo”, a Rulfo se le fue desvaneciendo el deseo de escribir y definitivamente este deseo desapareció luego de haberse sometido a una cura antialcohólica en un sanatorio de Tlalpan, El Floresta. Luego de una terapia electroconvulsiva, “se me fueron las ganas”, le confesaría a Federico Campbell. 

Juan Rulfo estuvo entre los humanos entonces, para cumplir el aforismo de Cyril Connolly en “La Tumba sin sosiego”: “La función genuina de un escritor es producir una obra maestra y ninguna otra finalidad tiene la menor importancia.”

Rulfo al igual que Bartleby –aquel personaje memorable de Herman Melville– era copista en una oscura y siniestra oficina burocrática y, en una especie de traducianismo literario, retomó la fórmula bartlebyana de renunciar a escribir para instalarse en el más ensordecedor silencio.

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo…” Palabras las cuales todo mundo se sabe de memoria, es el legendario inicio de su novela. Novela la cual fue llevada a la pantalla de Netflix el año pasado en el mes de noviembre.  

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