Cada vez más migrantes venezolanos están abandonando su sueño americano para volver a casa, enfrentando los mismos peligros que al salir. La ruta inversa incluye travesías marítimas desde Panamá hasta Colombia, bordeando el Darién, ahora casi inaccesible por tierra.
Muchos de los que regresan lo hacen por desesperación: se enfrentan a deportaciones, pobreza extrema y falta de documentos. El viaje es costoso y riesgoso; solo el pasaje en lancha puede costar 300 dólares por persona, y ya se han reportado naufragios.
Aunque el gobierno de EE. UU. ofrece incentivos económicos para la autodeportación, la realidad es que regresar a Venezuela no es simple ni seguro. Migrantes denuncian extorsión, explotación y amenazas en cada etapa del retorno, y muchos aseguran que, tras ver a sus familias, volverán a intentarlo.
“Es un sueño frustrado”, repiten. Pero también es una vida en pausa, atrapada entre dos fronteras hostiles y un futuro incierto.
