La gente decía que el diablo andaba suelto en Monterrey. La ciudad del norte de México vivía una psicosis social a finales de 1959, luego del asesinato de varias personas en circunstancias horrendas.
Un par de crímenes fueron de los más sonados en esa urbe que, por entonces, no estaba habituada a los grandes titulares de las historias de sucesos.
Primero se dio el asesinato de Jesús Castillo Rangel, un joven cuyo cuerpo fue desmembrado y enterrado en un consultorio médico del barrio Talleres.
“Ese hallazgo genera una enorme preocupación. Y el hecho de que unos días después se sabe que el autor material era un médico brillante, joven, impacta a la ciudad, que queda conmocionada”, explica el periodista y escritor Diego Enrique Osorno, quien investigó los casos. Después fueron masacrados tres hermanos de la familia Pérez Villagómez, que volvían de Texas de un viaje de compras y fueron atacados por un “loco” armado en una carretera cercana a la capital de Nuevo León.