El fotógrafo brasileño Sebastião Salgado falleció este viernes en París a los 81 años, víctima de una leucemia. Su legado, forjado en blanco y negro, lo convirtió en una de las miradas más potentes del fotoperiodismo contemporáneo. A lo largo de su vida documentó con rigor y empatía los grandes retos sociales y ambientales del mundo: las migraciones, el trabajo, la pobreza, y en los últimos años, la fragilidad de la Amazonia.
Economista de formación y fotoperiodista por vocación, Salgado transformó su visión del mundo en proyectos monumentales como Trabajadores, Éxodos, Génesis y Amazonia. Su trabajo fue fruto de años de expediciones, siempre en compañía de un equipo interdisciplinario, y con la colaboración clave de su esposa, Lélia Wanick Salgado, editora de sus libros y curadora de sus exposiciones.
A Salgado le incomodaba la etiqueta de artista. Prefería definirse como un testigo con cámara. “Fotografío mi mundo”, decía, rechazando las críticas que acusaban su obra de estetizar la miseria. Condecorado con el Premio Príncipe de Asturias en 1998 y miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia, fue reconocido por su compromiso con los olvidados del planeta.
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, lamentó su muerte destacando su legado como “una advertencia constante a la conciencia de la humanidad”. La lente de Salgado, más que retratar, interpeló. Y su obra, extensa y esencial, permanecerá como testimonio de los que pocas veces son vistos.