La jornada electoral más reciente dejó en claro una realidad que no siempre se refleja en las encuestas o en los discursos de victoria anticipada, en política, no basta con las siglas ni con la inercia de los triunfos anteriores. Veracruz y Durango, dos entidades con contextos sociopolíticos muy distintos, arrojaron resultados que sirven de termómetro para entender las dinámicas de operación política de los principales partidos del país, sus aciertos, sus tropiezos, y el terreno real que pisan, más allá de las proyecciones optimistas.
En Veracruz, el escenario era, para muchos, previsible, Morena refrendó la gubernatura en 2024, y con ello se esperaba un arrastre contundente en las elecciones municipales. La presidenta nacional del partido, Luisa María Alcalde, anunció una meta ambiciosa, ganar al menos 140 municipios, el objetivo era superar los obtenidos en 2022. Sin embargo, la realidad se impuso. Morena, en coalición con el Partido Verde, apenas logró la victoria en 60 municipios. En solitario, sus cifras fueron aún más modestas, 11 municipios para Morena y 13 para el Verde.
El puerto de Veracruz fue la joya más codiciada y finalmente conquistada por el oficialismo. También retuvieron otras localidades estratégicas como Xalapa, Medellín, Minatitlán, Coatzacoalcos y Córdoba. Pero aún con esos logros, el saldo general no puede ser leído como una victoria rotunda, sino como una señal de alerta. Las expectativas creadas no solo no se cumplieron, sino que se quedaron a la mitad. Y en política, cuando las expectativas son tan altas, los resultados moderados pesan como derrotas.
Uno de los factores que incidieron fue la fractura interna. El rompimiento del Partido del Trabajo con Morena y el Verde se tradujo en una operación paralela que rindió frutos, 28 municipios para el PT, compitiendo en solitario. Es un dato que no debe pasar desapercibido. Significa que, en muchos territorios, las bases y las estructuras locales del petismo lograron movilizar sin depender del arrastre presidencial ni de alianzas. Este resultado configura las piezas dentro del bloque que gobierna a nivel nacional y anticipa tensiones futuras sobre el reparto del poder.
Pero si hubo una verdadera sorpresa en Veracruz, esa fue Movimiento Ciudadano. Lejos de las narrativas que lo colocaban como un actor proporcionalmente menor, el partido naranja se consolidó como la segunda fuerza electoral en la entidad al obtener 41 municipios. Superó con ello al PAN, que se quedó con 34, y al PRI, que apenas conquistó 23. En un contexto donde MC compitió por su cuenta, y sin alianzas, su desempeño toma mayor dimensión. La obtención de municipios como Poza Rica, de relevancia política y económica, demuestra una capacidad organizativa y un músculo territorial que pocos anticiparon.
Este avance, sin embargo, plantea una pregunta de fondo, ¿es MC una fuerza emergente con bases estructurales o su ascenso responde a factores coyunturales, como el desencanto con las opciones tradicionales y la ausencia de alianzas? Esa pregunta sólo podrá resolverse con el tiempo, pero de momento, sus resultados en Veracruz lo colocan como un actor a considerar en futuras contiendas.
En contraste, el PAN y el PRI, históricamente fuertes en la entidad, enfrentaron un retroceso evidente. El panismo apenas pudo retener Boca del Río, su bastión tradicional, y perdió terreno en varias regiones donde antes era competitivo. El PRI, por su parte, quedó relegado a la quinta posición, confirmando su estancamiento en la lógica de los partidos que sobreviven más por sus alianzas que por su fuerza propia. El PAN, con 34 municipios, aún conserva presencia, pero lejos de los tiempos en los que podía aspirar a disputar el control estatal a cualquier fuerza dominante.
Pasando a Durango, el panorama fue distinto, aunque no menos revelador. En total, se disputaron 39 presidencias municipales. La coalición PAN-PRI se llevó el triunfo en 20 municipios, Morena en 16 y Movimiento Ciudadano en 3. Aunque los números absolutos parecen reflejar un empate técnico entre los dos grandes bloques, al analizar municipio por municipio, la lectura se matiza.
En términos territoriales, la coalición PAN-PRI logró posicionarse en municipios de alta relevancia como Durango capital, Cuencamé y Lerdo. Morena, por su parte, logró triunfos en municipios como Santiago Papasquiaro, Tepehuanes y Tamazula, lo que evidencia una distribución geográfica que responde a distintos tipos de liderazgo y niveles de arraigo.
Un dato importante, el municipio de Durango, tanto en extensión como en población, quedó bajo control del PAN-PRI con una victoria holgada. El segundo lugar fue para Movimiento Ciudadano, y el tercero para Morena. Este resultado es significativo por varias razones. Primero, porque muestra que el electorado urbano de Durango sigue apostando por proyectos tradicionales, aunque en coalición. Segundo, porque posiciona a MC como una opción real de competencia, incluso en terrenos difíciles. Y tercero, porque evidencia que Morena no logró capitalizar plenamente el bono del gobierno federal.
Morena pretendía conquistar al menos 22 municipios, pero se quedó con 16. El PAN, por su parte, no obtuvo ningún municipio en solitario. Su principal victoria, la reelección en Durango capital, fue gracias a la alianza con el PRI, lo cual pone en perspectiva la importancia de las coaliciones para la supervivencia política de ciertos partidos.
Aquí es donde entra el análisis del nivel de operación política. Morena, en ambas entidades, demostró que su fuerza no es automática. Necesita estructuras locales cohesionadas, liderazgos confiables y, sobre todo, evitar fracturas internas como la que protagonizó el PT en Veracruz. Aunque sigue siendo el partido dominante a nivel nacional, los comicios municipales reflejan que la base territorial no siempre acompaña al poder federal.
El Partido Verde, tradicionalmente considerado un actor menor, logró capitalizar su alianza con Morena, pero también mostró que puede obtener resultados por cuenta propia. Sus 13 municipios en solitario en Veracruz indican que ha construido bases reales en ciertas regiones, lo cual podría fortalecer su posición en futuras negociaciones.
Movimiento Ciudadano se consolida como el partido con mayor crecimiento relativo. En ambos estados, especialmente en Veracruz, demostró que puede competir sin alianzas y ganar. Su reto será mantener esta tendencia y consolidarla con estructuras territoriales y liderazgos consistentes.
El PAN y el PRI enfrentan desafíos similares. En Durango, su alianza los salvó de un desastre electoral. Pero en Veracruz, compitiendo por separado, su peso específico se redujo drásticamente. Ambos partidos necesitan reinventarse si quieren seguir siendo competitivos. El tiempo del voto de tradición o castigo parece haber quedado atrás; hoy, el ciudadano exige propuestas reales, cercanía, y resultados.
El PT, por su parte, dio una muestra de autonomía. Al romper con Morena y el Verde en Veracruz, asumió un riesgo que, en perspectiva, valió la pena. Su resultado es doblemente meritorio porque fue sin el respaldo de una gran coalición, lo cual habla de su capacidad de movilización en ciertas regiones.
En conclusión, los procesos locales en Veracruz y Durango no son una simple sumatoria de cifras, sino una radiografía del estado real de cada fuerza política. Morena, aunque sigue siendo el actor principal, ya no puede dar por sentado ningún territorio. Sus resultados, por debajo de lo esperado, deben obligarlo a revisar su estrategia local y su manera de construir alianzas. El PAN y el PRI están atrapados en una dinámica donde solo las alianzas les dan oxígeno. MC emerge como la fuerza del momento, pero aún debe demostrar permanencia. El PT y el PVEM empiezan a jugar con autonomía e inteligencia.
El mapa político local está más fragmentado y competitivo que nunca. El futuro se escribirá con base en la operación de tierra, la cercanía con la gente y la capacidad de reinventarse. Porque en la política mexicana actual, ya no basta con tener el poder; hay que demostrar, todos los días, que se sabe para qué se quiere.