El pasado 7 de mayo, comenzó en el Vaticano un momento de enorme trascendencia espiritual y humana, el cónclave. En él, los cardenales de la Iglesia Católica se reunieron a puerta cerrada en la Capilla Sixtina para discernir, orar y finalmente elegir al sucesor de San Pedro. Una figura que, aunque en ese momento aún no tenía nombre ni rostro, ya concentraba las oraciones de millones de personas alrededor del mundo.
El humo blanco que emergió de la chimenea instalada en la Capilla Sixtina a las 18:07, hora del Vaticano, confirmó que en la cuarta votación y en el segundo día del cónclave, los cardenales eligieron al nuevo papa, el estadounidense Robert Francis Prevost. León XIV, es el nombre del pontífice número 267 y que fue anunciado por el cardenal Dominique François Joseph Mamberti con la tradicional frase en latín “Habemus papam”, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro. Convirtiéndose así en el segundo Pontífice proveniente del continente americano.
Al tomar el nombre de León XIV, rinde homenaje tanto al coraje de los primeros Papas como a la tradición de reforma, claridad doctrinal y vigor espiritual que marcaron el pontificado de León XIII a finales del siglo XIX. Prevost ha roto la norma no escrita de no nombrar papa a los cardenales estadounidenses por proceder del país más poderoso, quizás por su perfil.
El nuevo Papa, León XIV, nació el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, Estados Unidos, de padre de ascendencia francesa e italiana, y madre de ascendencia española, representa una figura profundamente conectada con el mundo latino y con las realidades de América. Su elección al pontificado no sólo refleja la universalidad de la Iglesia, sino también un reconocimiento al rostro multicultural del catolicismo contemporáneo.
Prevost es miembro de la Orden de San Agustín, estuvo a cargo de la dirección mundial de su orden, es teólogo y matemático, desde joven mostró un compromiso firme con la vida misionera. Su vínculo con América Latina comenzó en Perú, donde fue obispo y vivió por casi dos décadas sirviendo en zonas rurales y urbanas, especialmente en la Prelatura de Chulucanas, donde se desempeñó como canciller y vicario de la Prelatura Territorial, una región marcada por la pobreza, pero también por una fe vibrante. Ahí aprendió no solo el idioma español, sino también la cercanía, la escucha y la compasión. En 2015, Prevost adquirió la nacionalidad peruana, consolidando su vínculo con el país
Como obispo en Perú y luego como prefecto de la Congregación para los Obispos en el Vaticano, trabajó de cerca con comunidades migrantes, en especial latinoamericanas, siendo una voz sensible a sus luchas y derechos. Desde Chicago, una ciudad con una de las comunidades latinas más grandes de Estados Unidos, Prevost supo también acompañar con inteligencia pastoral a una Iglesia marcada por la diversidad étnica y la movilidad social.
Hoy, como León XIV, el Papa Robert Francis Prevost representa a una Iglesia que cruzas fronteras. Habla el idioma de los pueblos latinoamericanos no solo con palabras, sino con gestos concretos de servicio y justicia. Es un pastor que entiende el dolor de los migrantes, la esperanza de los pobres, la fuerza de las mujeres y la sed de esperanza que habita en las calles, principalmente las de Lima y Chicago.
Su pontificado será, sin duda, un puente entre culturas, un llamado a la unidad y un signo de que la Iglesia sigue buscando cercanía con la diversidad de los pueblos. Representa una continuidad con el estilo pastoral de Francisco, pero también introduce matices propios, una espiritualidad enraizada en la vida cotidiana, una profunda capacidad de escucha y un amor tangible por las periferias existenciales.
Comienza ahora una nueva etapa en la historia del catolicismo. Una etapa que, como todas, traerá retos, esperanzas y decisiones difíciles. León XIV hereda una Iglesia transformada por la compasión, movilizada por la fé y aún en proceso de apertura. También hereda una comunidad mundial que necesita esperanza, orientación y coherencia.
El Papa León llega al pontificado con una responsabilidad inmensa. Tendrá que ser el rostro espiritual de más de 1,400 millones de católicos, pero también una voz moral en medio de un planeta agitado por conflictos, pobreza, desigualdad, indiferencia y pérdida de sentido. Tendrá que hablarle a una Iglesia global, diversa, y a veces fracturada, con la paciencia de un pastor y la firmeza de un profeta.
En lo inmediato, el nuevo Papa enfrentará desafíos internos, la necesidad de una Iglesia más transparente, más cercana a las mujeres, más comprometida con la verdad y menos temerosa del cambio. Deberá continuar los esfuerzos por erradicar los abusos sexuales, garantizar justicia a las víctimas y promover una cultura de tolerancia cero. También deberá fortalecer los procesos de escucha dentro del Sínodo, que busca precisamente reformar la forma en que la Iglesia toma decisiones, haciendo partícipes a más voces del Pueblo de Dios.
Pero también hay retos externos. El nuevo Pontífice será llamado a ejercer una diplomacia silenciosa pero efectiva en un mundo marcado por la guerra, como la de Ucrania o los conflictos en Medio Oriente, la crisis de los migrantes, por el cambio climático y por el avance de la inteligencia artificial, que desafía la misma concepción de la dignidad humana. Tendrá que hablar con los que ejercen el poder sin ceder ante ellos, y acompañar a los débiles sin paternalismo.
En América Latina, y particularmente en México, la figura del Papa sigue teniendo un peso espiritual profundo. Aquí, donde la Virgen de Guadalupe no solo es símbolo religioso, sino también cultural y social; aquí, donde las peregrinaciones, las misas, las fiestas patronales y las expresiones de fe popular se viven, la llegada de un nuevo Papa es recibida con especial emoción. Es, en cierto modo, como si se abriera una nueva página en la historia espiritual.
La Iglesia mexicana, con sus luces y sombras, con sus pastores comprometidos y también con sus crisis internas, verá en este nuevo Papa una guía. Las comunidades indígenas, los jóvenes, las mujeres que luchan por mayor reconocimiento, los comprometidos en obras sociales, y sacerdotes y religiosas que cada día dan su vida en el anonimato de las periferias, esperan de él un acompañamiento cercano, una palabra alentadora, una presencia inspiradora.
El nuevo Pontífice también será jefe de Estado del Vaticano, lo cual implica mantener relaciones con casi todos los países del mundo. Desde ahí, deberá continuar el papel del Vaticano como mediador en conflictos, como promotor de la paz y defensor incansable de los derechos humanos. En un tiempo en que las ideologías enfrentan a pueblos y las noticias falsas distorsionan la verdad, el papado seguirá siendo una voz que busca claridad, mesura y compasión.
Para muchos creyentes mexicanos, este momento representa más que un cambio de liderazgo, es una renovación. Por eso, más allá del análisis geopolítico o de la línea doctrinal que seguirá el nuevo Pontífice, lo que más importa es la capacidad del Papa para tener un impacto global e influir directamente en las personas. Para mostrarnos que el titular del legado de San Pedro no está lejos, sino que habita en los gestos sencillos, en la escucha atenta, y en el servicio humilde.