Cultura 89
Por años, la figura de Porfirio Díaz ha sido motivo de controversia en la historia de México. Un hombre admirado y vilipendiado, el expresidente mexicano dejó una huella imborrable en la política y sociedad de su época. Su régimen autoritario y su enfoque en modernizar el país han sido puntos de discusión constantes entre académicos y ciudadanos.
Porfirio, un destacado líder político y militar, nació en Oaxaca el 15 de septiembre de 1830 y fue bautizado por su padrino José Agustín Domínguez el mismo día. Hijo de José Faustino Díaz Orozco y María Petrona Cecilia Mori Cortés, Porfirio fue el sexto de siete hijos. Su padre trabajaba en una empresa minera y metalúrgica en Cinco Señores, San José y El Socorro, en el distrito de Ixtlán. En 1820, la familia Díaz se estableció en el centro de la ciudad de Oaxaca, donde adquirieron un mesón frente al templo de la Virgen de la Soledad. José Faustino montó un negocio de herrería que les proporcionó una situación económica holgada durante algunos años.
En 1833, una epidemia de cólera morbus azotó la ciudad de Oaxaca, y José Faustino resultó infectado. Ante su inminente fallecimiento, dictó su testamento el 29 de agosto, dejando todos sus bienes a su esposa, Petrona Mori. La familia tuvo que abandonar el mesón y adquirieron el Solar del Toronjo. A pesar de las dificultades económicas, Petrona Mori se esforzó por mantener a la familia vendiendo productos tejidos y alimentos, mientras que ella misma cultivaba nopales para la producción y venta de la grana cochinilla. Además, criaban cerdos en uno de los patios del Solar del Toronjo. En 1835, Porfirio ingresó a la Escuela Amiga, donde aprendió a leer y escribir. Durante su infancia, pasaba su tiempo jugando con amigos y vecinos del Solar del Toronjo. Se cuenta una anécdota en la que, molesto con su hermano Félix, le puso pólvora en la nariz mientras dormía y le prendió fuego, lo que le valió el apodo de «El Chato» Díaz.
El padrino de Porfirio, José Agustín Domínguez y Díaz, quien era sacerdote y más tarde se convertiría en Obispo de Antequera, recomendó a su madre que acelerara el ingreso de Porfirio al Seminario Tridentino de Oaxaca. En 1843, Porfirio ingresó al seminario y comenzó su bachillerato en artes. Durante tres años, estudió diversas asignaturas, incluyendo física, matemáticas, lógica, gramática, retórica y latín. Debido a sus excelentes calificaciones en latín, comenzó a dar clases particulares al hijo del licenciado Marcos Pérez para ayudar a su familia económicamente.
Durante la Intervención estadounidense en México, surgió en el seminario de Oaxaca el deseo de luchar contra los invasores, apoyado y alentado por los sacerdotes y maestros. Porfirio y otros alumnos solicitaron unirse al ejército nacional, pero la guerra terminó antes de que pudieran participar en combate.
Porfirio era un joven que recibía clases de latín de Guadalupe Pérez, hijo de Marcos Pérez, un destacado licenciado serrano que tenía una estrecha relación con Benito Juárez. Un día, al finalizar una de las clases, Marcos Pérez invitó a Porfirio a asistir a una entrega de premios en el Colegio Liberal. Porfirio aceptó la invitación y fue al evento, donde tuvo la oportunidad de conocer al gobernador del estado de Oaxaca en ese momento, Benito Juárez. Al presenciar la relación abierta y respetuosa entre Marcos Pérez y Benito Juárez, así como al escuchar discursos que hablaban de la amistad entre los jóvenes y los derechos humanos (algo que no se tomaba en cuenta en el seminario), Porfirio decidió abandonar el seminario e ingresar al Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, a pesar de que en ese momento se consideraba herético. Su padrino José Agustín, quien ya había sido nombrado obispo de la diócesis, le retiró su apoyo económico y moral. A pesar de haber sido un estudiante promedio durante su carrera escolar, Díaz logró sobresalir en sus estudios de derecho y a finales de 1850 se convirtió en maestro en el mismo instituto. Debido a la difícil situación económica que atravesaba su familia, Porfirio trabajó como bolero y posteriormente en una armería ensamblando y reparando rifles, mientras también conseguía trabajo como carpintero. En 1854, reemplazó a Rafael Urquiza como bibliotecario del Instituto. Cuando Manuel Iturribarría, profesor de la cátedra de derecho natural, dejó su puesto por enfermedad, Díaz se convirtió en profesor interino. Esto mejoró en parte su situación económica y la de su familia. Durante su tiempo en el instituto, tuvo como compañeros a Matías Romero y José Justo Benítez. Entre 1852 y 1853, fue alumno de Benito Juárez en la cátedra de derecho civil.
Después de la muerte de su padre, su hermana Desideria se casó con un comerciante de Michoacán llamado Antonio Tapia, con quien tuvo varios hijos de los cuales solo sobrevivieron dos. Porfirio vivió en Michoacán hasta su muerte. Su otra hermana, Nicolasa, se casó prematuramente y quedó viuda sin dejar descendencia. Manuela, su otra hermana, tuvo una relación extramarital con el médico Manuel Ortega Reyes, de quien nació su hija Delfina Ortega Díaz, quien con el tiempo se convertiría en esposa de su tío Porfirio. Porfirio describe así sus primeros años:
«Tenía buenas cualidades físicas, un gran desarrollo físico, una gran agilidad y un gran gusto por los ejercicios atléticos. Llegó a mis manos un libro de gimnasia, probablemente el primero que existió en Oaxaca, y esto me permitió improvisar un pequeño gimnasio en mi casa donde mi hermano y yo hacíamos ejercicio. Éramos muy pobres. Llegué a hacer zapatos finos, buenas botas y, naturalmente, a un costo mucho menor que el de comprarlos en una zapatería. Poco después, mi hermano se fue a estudiar al Colegio Militar de la Ciudad de México.»
El gobierno de Díaz, conocido como el Porfiriato, se caracterizó por una política centralista, promoviendo el progreso económico y la modernización del país. Durante su mandato, México experimentó un crecimiento económico significativo, atrayendo inversiones extranjeras y fomentando la industrialización. Grandes obras de infraestructura como la construcción de ferrocarriles y la expansión del sistema telegráfico se llevaron a cabo, conectando diversas regiones del país.
Es innegable que estos avances tuvieron un impacto positivo en la economía mexicana. Sin embargo, el costo social y político que conllevó esta modernización no puede ser ignorado. Durante el Porfiriato, la injusticia y la desigualdad fueron moneda corriente. Las tierras comunales de los campesinos fueron arrebatadas para beneficiar a los grandes terratenientes y a las compañías extranjeras.
Además, la represión política y la falta de libertades civiles caracterizaron el régimen de Díaz. La oposición fue silenciada y se sofocaron movimientos populares. La falta de transparencia y el nepotismo fueron rasgos prominentes de su gobierno, alejándose de los ideales democráticos que tanto se habían luchado durante la revolución.
A pesar de los claroscuros de su gobierno, es importante reconocer que Porfirio Díaz sentó las bases para el desarrollo económico de México. Su visión de modernización y su enfoque en el progreso son dignos de ser destacados. Sin embargo, también es crucial aprender de los errores del pasado y evitar repetir los abusos y la opresión que caracterizaron su gobierno.
El legado de Porfirio Díaz es complejo y multifacético. Es un recordatorio de que el progreso económico no puede ser alcanzado a expensas de la justicia y la equidad social. Es un llamado a encontrar un balance entre el desarrollo y el respeto a los derechos humanos. No podemos olvidar el pasado, pero tampoco podemos quedarnos estancados en él.
En México, todavía enfrentamos desafíos similares a los que se vivieron durante el Porfiriato. La desigualdad, la corrupción y la falta de oportunidades continúan plagando a nuestro país. Sin embargo, también somos testigos de una sociedad más empoderada y participativa, dispuesta a luchar por un México más justo y equitativo.
Por lo tanto, en lugar de glorificar o demonizar a Porfirio Díaz, debemos reflexionar sobre su legado de una manera crítica y constructiva. Es una oportunidad para aprender de los aciertos y fracasos de su gobierno, y trabajar juntos para construir un México donde el progreso esté al servicio de todos, garantizando la dignidad y el bienestar de cada uno de sus ciudadanos.