El porvenir está en manos del maestro de escuela.” — Víctor Hugo
Cada 15 de mayo, México rinde homenaje a quienes, con tiza en mano y paciencia de siglos, forjan el alma colectiva de la nación: las y los maestros. Aunque esta fecha suele pasar entre discursos oficiales, actos escolares y entregas de reconocimientos simbólicos, su trasfondo histórico y social tiene raíces mucho más profundas y convulsas. El Día del Maestro no nació del protocolo, sino de la lucha.
Un origen con tintes de lucha
Fue en 1918, en pleno torbellino posrevolucionario, cuando Venustiano Carranza decretó el 15 de mayo como Día del Maestro, tras la solicitud de dos diputados —Enrique Viesca y Benito Ramírez— que propusieron establecer una fecha para reconocer a los educadores del país. No fue casual que eligieran ese día: el 15 de mayo también se celebra a San Juan Bautista de La Salle, patrono de los educadores. Pero más allá de lo religioso, el contexto político exigía un gesto: México necesitaba consolidar un nuevo proyecto de nación, y para ello requería formar ciudadanos. ¿Quién mejor para encabezar esa empresa que el maestro rural, el profesor urbano, la normalista itinerante?
El maestro como agente de cambio
Durante décadas, especialmente en el siglo XX, el magisterio fue la columna vertebral del proyecto nacionalista. En comunidades donde no había caminos ni médicos, ya había maestros. No eran solo instructores de letras y números: eran portadores de vacunas, defensores de derechos agrarios, promotores culturales, alfabetizadores de adultos. El maestro encarnaba lo que José Vasconcelos imaginó en su cruzada educativa de los años veinte: una figura heroica, misionera, casi sacerdotal. “En cada escuela —escribió Vasconcelos— se libra una batalla por la civilización.”
Las normales rurales —hoy tan olvidadas por el poder— fueron el germen de esa educación transformadora. De ellas egresaron no solo maestros, sino líderes sociales, luchadores sindicales y hasta guerrilleros. No es casual que el Estado comenzara a mirar con sospecha a estos centros formativos desde los años 60, cuando el magisterio, lejos de ser obediente, se convirtió en un actor político incómodo.
Entre el reconocimiento y el olvido
Hoy, las y los maestros en México enfrentan una paradoja cruel: se les celebra en los discursos, pero se les abandona en los hechos. Según datos del INEGI (2023), el 46% de los docentes de educación básica reportan condiciones precarias en sus centros de trabajo: techos dañados, falta de agua potable, carencia de recursos didácticos. La brecha salarial también persiste: un maestro de primaria gana en promedio 9,000 pesos mensuales, una cifra insuficiente frente al costo de vida en muchas regiones.
A ello se suma la violencia. De 2019 a la fecha, más de 300 docentes han sido víctimas de agresiones en contextos de crimen organizado o conflictos comunitarios. El aula, antes refugio, se ha convertido en trinchera. Y sin embargo, ahí siguen.
Entre la reforma y la resistencia
Desde los años noventa, el magisterio ha sido objeto de reformas que, bajo el eufemismo de “modernización”, muchas veces han implicado recortes, controles y evaluaciones punitivas. La reforma educativa de 2013, impulsada por el gobierno de Peña Nieto, marcó un punto de quiebre: miles de maestros salieron a las calles en protesta, especialmente en estados como Oaxaca, Guerrero y Chiapas. Aquella movilización masiva no solo fue sindical; fue cultural, pedagógica y política. El mensaje era claro: no se puede educar desde la humillación.
Hoy, aunque esa reforma fue revertida parcialmente, persisten muchas de sus secuelas: burocratización, vigilancia, desprestigio. Aun así, el magisterio sigue siendo una fuerza viva, crítica, creadora.
La lección pendiente
Conmemorar el Día del Maestro debería ser más que un acto protocolario. Debería ser un momento para preguntarnos, como sociedad, qué lugar otorgamos a quienes moldean nuestras conciencias. ¿Es justo que quienes nos enseñaron a leer no puedan pagar su renta? ¿Es lógico exigir calidad educativa sin garantizar condiciones mínimas para enseñarla? ¿Cómo se construye un país que desprecia a sus formadores?
Decía Paulo Freire que “la educación no cambia el mundo; cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. En México, esas personas han sido, históricamente, los maestros y maestras. No basta con aplaudirlos una vez al año: debemos recuperar el sentido social, emancipador, colectivo de su labor. Defender a los maestros es defender el futuro.