Cultura 129
Imagina recibir la peor noticia posible y estar atrapado entre dos decisiones imposibles. Así se sentía Maximiliano de Habsburgo cuando supo que el viaje de su esposa, Carlota, para buscar ayuda en Europa, había fracasado. Desesperado, Maximiliano pensó en abdicar y dejar atrás el trono de México. Sin embargo, se encontraba entre dos consejos opuestos: su amigo Stephan Herzfeld, que conoció durante su servicio militar en el Novara, le decía que el Imperio estaba condenado y que debía regresar a Europa lo antes posible. Por otro lado, el padre Augustin Fischer le pedía que se quedara en México y luchara.
El 18 de octubre de 1866, se ordenó a la corbeta austriaca Dandolo estar lista para llevar a Maximiliano y su séquito de quince a veinte personas de regreso a Europa, junto con objetos de valor y documentos secretos. Aunque Maximiliano ya había tomado la decisión de abdicar, los conservadores se enfurecieron cuando esta noticia se hizo pública. Enfermo y desmoralizado, Maximiliano se dirigió a Orizaba, buscando un clima más suave y más cercano al Dandolo en Veracruz. A lo largo del camino, Fischer intentó sin descanso disuadirlo de abandonar México, apelando al honor y al futuro de su esposa, ahora enloquecida.
Nuevamente atrapado por la indecisión, Maximiliano consultó al gobierno conservador, esperando una respuesta positiva para quedarse en México. Ante su apoyo, decidió quedarse y continuar su lucha contra Juárez, financiando de su propio bolsillo los gastos militares y recaudando nuevos impuestos. A principios de 1867, Maximiliano, minimizando sus problemas en cartas a su familia en Austria, recibió una carta de su madre Sofía felicitándolo por su decisión de no abdicar, aludiendo al deshonor que eso implicaría. Su hermano, el archiduque Carlos Luis de Austria, también le envió un mensaje similar, alentándolo a mantenerse firme.
El apoyo militar francés había cesado y Napoleón III había ordenado el regreso de sus tropas a Francia debido a las crecientes protestas y la insostenibilidad de la guerra en México. En enero de 1867, Maximiliano se encontraba sin protección. Mientras tanto, los liberales en México formaron un ejército homogéneo, dejando a las tropas imperiales solo en Ciudad de México, Veracruz, Puebla y Querétaro.
El 13 de febrero de 1867, Maximiliano salió de la Ciudad de México hacia Querétaro, acompañado por su doctor Samuel Basch, su secretario particular José Luis Blasio, su secretario privado y dos sirvientes europeos. Querétaro era una ciudad favorable al Imperio, y allí fue recibido con cálidas ovaciones y un ejército de casi todos mexicanos fieles a su causa. A pesar de los consejos tácticos de sus militares, Maximiliano decidió quedarse indefinidamente en la ciudad, a pesar de las desventajas geográficas.
El 5 de marzo de 1867, las fuerzas liberales comandadas por el general Mariano Escobedo comenzaron el asedio a Querétaro. Maximiliano estableció su cuartel general en el Cerro de las Campanas y celebró un consejo de ministros el 8 de marzo, donde discutieron la falta de recursos económicos para tomar acciones significativas. El 12 de marzo, Bazaine huyó al extranjero, dejando a Maximiliano en una situación desesperada.
El 17 de marzo, Maximiliano ordenó un contraataque que fracasó debido a un desacuerdo entre sus generales Miramón y Márquez. Posteriormente, el 22 de marzo, envió a Márquez a la Ciudad de México para reclutar refuerzos, pero al día siguiente los republicanos le ofrecieron rendirse con honores, oferta que rechazó.
El 27 de marzo, Miramón logró un triunfo, pero el 27 de abril, tras un mes de resistencia, las fuerzas imperiales sufrieron una derrota significativa en el Cerro del Cimatario. Finalmente, el 13 de mayo, Maximiliano celebró su último consejo de guerra y acordó un plan de fuga para el 15 de mayo. Sin embargo, en la madrugada del día programado, el coronel Miguel López entregó una puerta de la ciudad a los republicanos, permitiendo su captura.
Maximiliano fue capturado en el Cerro de las Campanas y llevado de regreso al Convento de La Cruz. Posteriormente, fue trasladado al Convento de las Teresas y luego al Convento de las Capuchinas, donde enfrentó un juicio militar. El 13 de junio de 1867, Maximiliano y sus generales Miramón y Mejía comparecieron ante un consejo de guerra especial en el teatro Iturbide. A pesar de los esfuerzos de su defensa, fueron condenados a muerte.
La ejecución fue programada para el 19 de junio de 1867. En sus últimos momentos, Maximiliano, vestido de negro, confesó y celebró una última misa. Durante el camino al lugar de la ejecución, expresó su incertidumbre sobre si Carlota aún vivía y observó el cielo despejado, diciendo: “Es un buen día para morir”.
Al llegar, Maximiliano entregó recuerdos a sus seres queridos y, antes de ser fusilado, proclamó: “Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México! ¡Viva la Independencia!”.
El 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas, Maximiliano de Habsburgo, junto con los generales Miramón y Mejía, fueron fusilados, marcando el fin de un capítulo trágico y significativo en la historia de México.
Un médico austríaco anónimo que residía en la Ciudad de México fue convocado antes de la ejecución para que trajera los suministros necesarios para el inminente embalsamamiento de Maximiliano. Después del fusilamiento, se le ordenó cubrir el cuerpo con una sábana en el ataúd, el cual luego fue transportado por un grupo de soldados al Convento de las Capuchinas.
El barón Anton von Magnus solicitó el cuerpo de Maximiliano al general Escobedo, quien se negó a entregarlo. No obstante, permitió que el doctor Samuel Basch ingresara al convento para despedirse del cuerpo de Maximiliano y organizar el embalsamamiento por parte de cuatro médicos. Este procedimiento no se realizó como Basch había previsto: se hizo apresuradamente y con descuidos. Además, se vendieron los cabellos de la barba de Maximiliano por ochenta dólares de la época, y una prenda del emperador fue subastada al mejor postor. Los restos de Maximiliano de Habsburgo fueron depositados el 18 de enero de 1868 en la cripta real austriaca, la Cripta de los Capuchinos en Viena, donde descansan hasta el día de hoy.