12 de julio de 2025 | USD: 18.68 MXN |
Saltillo: 21 °C
Publicidad
Cultura

John Maynard Keynes, con ideas y sin corbata

El Ahuizote
El Ahuizote
abril 21, 2025

Por más que la economía parezca cosa de números, gráficas y políticos con traje, hubo un tipo que se atrevió a decir que, a veces, el Estado tenía que sacar la cartera y ponerse a gastar cuando todo se venía abajo. Ese tipo se llamó John Maynard Keynes, y sin exagerar, su pensamiento cambió para siempre la manera en que los gobiernos enfrentan las crisis económicas. Fue un genio, un rebelde con causa y, sobre todo, un hombre que entendió que detrás de cada punto del PIB hay personas reales tratando de llegar a fin de mes.

Nacido en Cambridge, Inglaterra, en 1883, Keynes no venía precisamente de la nada. Su papá era profesor de economía y su mamá, activista política. Creció entre libros, debates intelectuales y ese aire británico que mezcla elegancia con ironía. A los 25 años ya estaba escribiendo sobre probabilidades, pero su verdadero salto llegó cuando empezó a cuestionar las bases de la economía clásica. ¿La receta de siempre? Dejar que el mercado se autorregule. ¿La respuesta de Keynes? Un rotundo «eso no funciona cuando todo se viene abajo».

Cuando el mundo colapsó… y alguien tenía que pensar diferente

El momento clave llegó con la Gran Depresión de 1929, ese cataclismo económico que dejó a millones de personas sin empleo, sin casa y sin esperanza. Mientras muchos economistas pedían paciencia (y otros simplemente rezaban), Keynes lanzó una idea que sonó casi herética: «En tiempos de crisis, el gobierno no debe apretarse el cinturón; debe gastarse los pantalones si es necesario para reactivar la economía.»

Su lógica era sencilla pero revolucionaria: si la gente no tiene trabajo, no consume; si no consume, las empresas no venden; si no venden, despiden más trabajadores… y así la espiral sigue. Por eso, el Estado debe invertir, crear empleos, construir infraestructura y estimular la demanda hasta que la economía se recupere.

En 1936 publicó su obra maestra: «La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero», un libro denso pero brillante que tiró al suelo las viejas creencias del laissez-faire. Con esa obra, Keynes se convirtió en el arquitecto intelectual del capitalismo moderno. Y no es exageración.

Del papel a la práctica: el keynesianismo en acción

Keynes no solo escribió. También influyó directamente en decisiones políticas. Fue asesor del gobierno británico durante las dos guerras mundiales, y jugó un papel clave en los Acuerdos de Bretton Woods (1944), donde se sentaron las bases del sistema financiero internacional de la posguerra. Ahí ayudó a crear instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.

Aunque sus propuestas no siempre fueron adoptadas al pie de la letra, inspiraron el auge del Estado de bienestar en Europa y América durante las décadas de 1950 y 1960. Carreteras, escuelas, hospitales y políticas de pleno empleo florecieron bajo el espíritu keynesiano. En palabras del propio Keynes: «El largo plazo es una mala guía para los asuntos actuales. A largo plazo todos estaremos muertos.»

El enemigo número uno del desempleo

Una de las mayores obsesiones de Keynes era el empleo. Para él, más que cifras macroeconómicas, el desempleo representaba una tragedia humana. Decía que dejar el bienestar de la población en manos de las fuerzas del mercado era, en el mejor de los casos, ingenuo. En el peor, criminal.

Por eso proponía políticas activas: subsidios, gasto público, regulación bancaria, intervención cambiaria. En pocas palabras, lo que hoy muchos países hacen (o intentan hacer cuando llega una crisis).

El regreso de Keynes en tiempos modernos

Durante las décadas de 1980 y 1990, el pensamiento neoliberal (con Milton Friedman a la cabeza) arrinconó a Keynes. Se decía que el Estado era el problema, no la solución. Sin embargo, cada vez que la economía se cae, como ocurrió en la crisis financiera de 2008 o con la pandemia de COVID-19, el keynesianismo revive como un buen libro que nunca envejece.

Gobiernos de todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Europa, volvieron a usar estímulos fiscales, rescates financieros y programas sociales. Incluso líderes conservadores terminaron aplicando recetas keynesianas sin llamarlas así. Porque como dijo el economista Paul Krugman: «En los túneles oscuros de la recesión, la linterna de Keynes sigue siendo la más confiable.»

El legado de un pensador incómodo

Keynes murió en 1946, pero dejó un legado enorme: la idea de que la economía no es solo teoría, sino una herramienta para construir una sociedad más justa. Su estilo de vida también rompía moldes: era culto, sarcástico, amante del arte, la literatura y la política. Fue parte del famoso grupo de intelectuales de Bloomsbury, y nunca tuvo miedo de contradecir al poder… aunque lo invitaran a la cena.

Sus palabras siguen resonando: «El capitalismo es la creencia extraordinaria de que los hombres más malvados harán las cosas más perversas por el bien de todos.»

Y quizá esa es la razón por la que hoy, en medio de inflación, crisis climáticas y desigualdades crecientes, su figura vuelve a tomar fuerza. Porque Keynes no propuso una economía perfecta, sino una economía posible. Una donde el Estado tiene un papel activo, donde el bienestar no se deja al azar, y donde las decisiones se toman pensando no en los mercados, sino en las personas.

John Maynard Keynes no fue solo un economista: fue el tipo que nos enseñó que, en tiempos difíciles, pensar diferente puede ser la única salida. Y eso, hoy más que nunca, vale oro.

Publicidad
Publicidad
Publicidad

Comentarios

Notas de Interés