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El voto joven en México: un derecho que transformó la democracia

El Ahuizote
El Ahuizote
enero 27, 2025

Cultura 161

El derecho al voto a los 18 años en México marcó un antes y un después en la historia de la democracia nacional. Este logro, que implicó reformas constitucionales, luchas sociales y una creciente participación juvenil, no solo amplió la base electoral, sino que también trajo consigo una transformación en la forma en que los jóvenes se relacionan con la política.

Antes de la reforma de 1973, el derecho al voto en México estaba reservado para quienes habían cumplido los 21 años, dejando fuera a un sector importante de la población: los jóvenes que, aunque ya participaban en la vida económica, educativa y social del país, eran excluidos de las decisiones políticas fundamentales.

A nivel internacional, los movimientos sociales de los años 60 y 70 jugaron un papel crucial para motivar este cambio. El auge de las movilizaciones estudiantiles, la demanda por derechos civiles en Estados Unidos y Europa, y los llamados a una mayor inclusión política influyeron en los debates nacionales. En México, el movimiento estudiantil de 1968 fue un catalizador que evidenció el papel crítico de los jóvenes en la vida pública y su necesidad de ser reconocidos como actores políticos plenos.

La reforma que estableció el derecho al voto a los 18 años fue resultado de un proceso complejo que involucró diversas fuerzas políticas y sociales. En 1972, el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez propuso una reforma al artículo 34 de la Constitución para reducir la edad mínima requerida para votar de 21 a 18 años. Esta propuesta reconocía que los jóvenes, al alcanzar la mayoría de edad legal, debían tener pleno acceso a los derechos ciudadanos, incluyendo el sufragio.

El 31 de enero de 1973, se promulgó la reforma, lo que convirtió a México en uno de los primeros países de América Latina en reconocer este derecho. El cambio no solo fue una respuesta a la presión social, sino también una estrategia política para incluir a un sector creciente de la población en un sistema político que buscaba legitimarse ante las críticas internas y externas.

Con la reforma de 1973, millones de jóvenes mexicanos fueron incluidos en el padrón electoral, transformando el panorama político del país. La ampliación de la base electoral significó que los partidos políticos comenzaron a prestar más atención a los intereses y preocupaciones de los jóvenes. Surgieron estrategias específicas para captar su voto, desde propuestas enfocadas en educación y empleo hasta campañas dirigidas a su lenguaje y cultura.

A nivel social, esta inclusión representó un reconocimiento a la capacidad de los jóvenes para participar en la construcción del futuro de la nación. Aunque al principio hubo críticas y dudas sobre su preparación e interés por la política, los jóvenes demostraron ser un sector activo, crítico y comprometido.

Desde la reforma, el papel del voto joven ha evolucionado significativamente. En las décadas posteriores, las generaciones de jóvenes han sido protagonistas en movimientos sociales, elecciones históricas y debates nacionales. La consolidación del Instituto Federal Electoral (hoy Instituto Nacional Electoral) en 1990 y la apertura democrática que siguió permitieron que el voto joven adquiriera un mayor peso en los procesos electorales.

Las generaciones posteriores han mostrado una creciente diversificación en sus preferencias políticas y una mayor inclinación hacia el activismo social. Esto se ha visto reflejado en su capacidad para movilizarse en torno a causas específicas, como los derechos humanos, el medio ambiente, la igualdad de género y la justicia social.

Hoy, el voto a los 18 años sigue siendo un pilar fundamental de la democracia mexicana. Sin embargo, también enfrenta nuevos desafíos. En un contexto marcado por la desafección política, la desinformación y las redes sociales, los jóvenes deben navegar un panorama político complejo.

Según datos del INE, los jóvenes de entre 18 y 29 años representan una proporción significativa del padrón electoral, pero también es el grupo con mayor índice de abstención. Esto plantea interrogantes sobre cómo reactivar su interés en la política y garantizar que sus voces sean escuchadas.

Por otro lado, los jóvenes han encontrado nuevas formas de participación más allá de las urnas. El activismo digital, las protestas callejeras y las campañas en línea son ejemplos de cómo las nuevas generaciones están redefiniendo la política. Aunque estas formas de participación son distintas al voto tradicional, refuerzan la idea de que los jóvenes son actores políticos activos.

La inclusión de los jóvenes de 18 años al derecho al voto fue un hito que cambió la historia política de México. Este logro, que en su momento fue visto como una apuesta arriesgada, demostró ser una decisión acertada para fortalecer la democracia y reconocer la importancia de los jóvenes en la construcción de un mejor futuro.

Autores como Paulo Freire nos recuerdan que “la educación es un acto político”, una frase que cobra sentido al reflexionar sobre la necesidad de formar ciudadanos críticos y participativos desde edades tempranas. Por su parte, el filósofo Jürgen Habermas destaca la importancia de la comunicación y el debate público para fortalecer la democracia, un principio que debe guiar el trabajo con los jóvenes en el ámbito político.

Hoy más que nunca, es necesario continuar fomentando el interés de los jóvenes en la política y garantizar que tengan las herramientas necesarias para tomar decisiones informadas. El voto a los 18 años no solo fue un triunfo histórico, sino también un recordatorio de que la democracia se enriquece con la pluralidad de voces y la participación activa de todos los sectores de la sociedad.

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