El Partido Revolucionario Institucional (PRI) no es solo un partido político en México; es una institución que ha moldeado la historia del país durante casi un siglo. Desde su fundación en 1929 hasta su declive en el siglo XXI, el PRI ha sido protagonista de innumerables episodios que van desde la consolidación del Estado mexicano hasta escándalos de corrupción que lo llevaron a perder la presidencia después de 71 años ininterrumpidos en el poder. Pero ¿cómo llegó a ser tan poderoso? ¿Y por qué, a pesar de todo, sigue siendo relevante en la política mexicana? Vamos a dar un paseo por su historia, con sus luces y sus sombras.
Todo comenzó en 1929, cuando Plutarco Elías Calles, conocido como el «Jefe Máximo de la Revolución», decidió unir a los diferentes caudillos y facciones que habían luchado en la Revolución Mexicana (1910-1920) bajo un solo partido. Así nació el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que más tarde se convertiría en el PRI. La idea era simple: evitar que los generales revolucionarios se mataran entre sí por el poder y crear un sistema que permitiera la alternancia pacífica… pero siempre entre ellos.
El PNR fue el primer intento de institucionalizar el caos posrevolucionario. Calles, un hombre astuto, sabía que, sin un partido fuerte, México podría caer de nuevo en la anarquía. Y funcionó. Durante las décadas de 1930 y 1940, el partido (que en 1938 pasó a llamarse Partido de la Revolución Mexicana, PRM, y finalmente en 1946 adoptó el nombre del PRI) se convirtió en el eje central de la política mexicana.
Los años 50 y 60 fueron la época dorada del PRI. Bajo el lema de «Desarrollo estabilizador», el país experimentó un crecimiento económico sin precedentes. Las ciudades crecieron, la industria se expandió y México se modernizó. Pero detrás de este «milagro» había un sistema político autoritario y clientelar. El PRI controlaba todo: desde los sindicatos hasta los medios de comunicación, pasando por el Congreso y los gobiernos estatales. Las elecciones eran, en el mejor de los casos, un trámite. El presidente en turno elegía a su sucesor (el famoso «dedazo»), y el pueblo solo tenía que ratificar la decisión.
Pero no todo era represión. El PRI también supo ganarse el apoyo de las masas. Programas sociales, como la creación del IMSS en 1943, y la repartición de tierras bajo el sistema ejidal, le dieron al partido una base popular sólida. Además, el PRI se presentaba como el garante de la estabilidad en un país que había sufrido décadas de guerras y conflictos internos. «El PRI es México», decían, y muchos lo creían.
Sin embargo, no todo era color de rosa. El 2 de octubre de 1968, el gobierno priísta de Gustavo Díaz Ordaz ordenó la masacre de Tlatelolco, donde cientos de estudiantes fueron asesinados por exigir democracia y libertades políticas. Este evento marcó un punto de inflexión en la historia del PRI. Por primera vez, el partido mostró su lado más represivo, y muchos mexicanos comenzaron a cuestionar su legitimidad.
A pesar de esto, el PRI siguió en el poder. En los años 70, bajo el gobierno de Luis Echeverría, el partido intentó recuperar su imagen con políticas populistas y un discurso más izquierdista. Pero los problemas económicos, como la devaluación del peso y la crisis de la deuda en los 80, comenzaron a erosionar su popularidad.
El verdadero golpe llegó en 1988. Ese año, Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del legendario presidente Lázaro Cárdenas, se separó del PRI y se postuló como candidato presidencial por el Frente Democrático Nacional. Las elecciones fueron un fraude monumental. El sistema de conteo de votos «se cayó» misteriosamente, y cuando volvió, Carlos Salinas de Gortari, el candidato priísta, era el ganador. Aunque Salinas implementó reformas económicas modernizadoras, como la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, el descontento popular con el PRI ya era imparable.
El 2 de julio de 2000, el PRI perdió la presidencia por primera vez en 71 años. Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN), se convirtió en el primer presidente no priísta en décadas. Muchos pensaron que era el fin del PRI, pero no fue así. El partido se reorganizó, y en 2012, con Enrique Peña Nieto, recuperó la presidencia. Sin embargo, su regreso estuvo marcado por escándalos de corrupción, como el caso de la «Casa Blanca», y por la creciente violencia del narcotráfico. En 2018, el PRI sufrió su peor derrota electoral, quedando en tercer lugar y perdiendo incluso su registro en varios estados.
Hoy, el PRI es una sombra de lo que fue. Aunque sigue siendo una fuerza política importante en algunos estados, su influencia nacional ha disminuido drásticamente. Sin embargo, su legado es innegable. Durante décadas, el PRI fue el arquitecto del México moderno, con todos sus logros y fracasos. Su historia es la historia de un país que luchó por encontrar su identidad después de una revolución, y que aún busca reconciliarse con su pasado.
El PRI puede que ya no sea el partido hegemónico de antaño, pero su historia sigue viva en las calles, en las instituciones y en la memoria colectiva de los mexicanos. El recuerdo de la sociedad ya sea favorable o desfavorable, no se puede negar que el PRI es parte fundamental de la historia de México.