Política de añoranza

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Por Israel Reyes

En un mundo hiperconectado y en constante cambio, no es raro sentir cierta añoranza por épocas pasadas. Pero ¿qué sucede cuando esa nostalgia se traslada a la esfera política? El fenómeno de la nostalgia o añoranza política, caracterizado por la idealización de un pasado político y la glorificación de ciertos líderes o sistemas, ha emergido como una fuerza poderosa en la toma de decisiones y la formación de opiniones. Es justo aquí que te invito a recordar e identificar. Darnos cuenta de cómo la manipulación de las emociones puede influir en la “nostalgia política”, y cómo esto afecta la dinámica política de nuestro tiempo.

La nostalgia política, aunque no es un fenómeno nuevo, ha cobrado una renovada relevancia en los últimos años. Esta nostalgia se presenta como una especie de evasión hacia un pasado idealizado, donde se percibe que los problemas actuales no existían o eran más fáciles de resolver. En muchos casos, esta visión idealizada se construye a través de una reinterpretación selectiva de la historia, omitiendo aspectos negativos y resaltando únicamente los aspectos positivos. Es decir, para los old-millenials el comercial del programa presidencial “Solidaridad” de la administración salinista nos hace pasar por nuestra infancia y terminar por cantar o tararear la famosa cancioncita. Para los Centennials puede estar el famoso Peña-Lord y algunos discursos y momentos chuscos “bienintencionados” de Peña Nieto. De los panistas no sé cómo podrían tenerles nostalgia a esos ladinos.

Pero ¿qué lleva a las personas a buscar refugio en la nostalgia política? Una explicación radica en la búsqueda de estabilidad y certezas en tiempos de incertidumbre. Este sentimiento nos brinda la ilusión de orden y control, ofreciendo respuestas simples a problemas complejos. Además, esta nostalgia se fortalece mediante la manipulación de las emociones, lo que la hace aún más poderosa y persuasiva. Se nutre de la conexión emocional que las personas establecen con ciertos líderes o movimientos. Al rescatar y glorificar figuras políticas del pasado, se explota la memoria emocional de las personas y se les hace sentir parte de algo grandioso y poderoso. Estas emociones positivas generan un vínculo emocional con el pasado, que puede eclipsar la realidad presente y perpetuar una idealización distorsionada.

No obstante, es importante reconocer los peligros de la nostalgia política. Al convertir el pasado en una suerte de “edad dorada”, corremos el riesgo de ignorar las lecciones aprendidas y los avances logrados. Además, al idealizar líderes o sistemas políticos, podemos caer en la trampa de permitir la repetición de errores del pasado o la negación de problemas actuales. La historia no se repite, pero a veces rima. Entonces, ¿cómo podemos contrarrestar la nostalgia política? En primer lugar, es fundamental fomentar un análisis crítico de la historia y de los líderes políticos. Debemos aprender a reconocer los aspectos positivos y negativos de cada período o figura, y no caer en el error de la idealización ciega. Además, es necesario fortalecer la educación cívica, para dotar a las personas de herramientas que les permitan evaluar de manera más objetiva la realidad política y los discursos populistas.

Ya por último, es crucial recordar que vivimos en un presente en constante evolución y que el futuro depende de las decisiones que tomemos hoy. La nostalgia política puede ser un bálsamo temporal, pero no puede ser la brújula que guíe nuestras acciones. Aprendamos de la historia y utilicemos nuestras emociones de una manera informada y crítica, para construir un futuro en el que las acciones se basen en la razón y no en la mera añoranza.

La nostalgia es una peligrosa manera de comparar, aunque todos tenemos derecho a una propia. En política, las tendencias siempre están subiendo y bajando en popularidad, pero la nostalgia nunca muere.

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