Por Israel Reyes
Seguimos sin ser Venezuela, pero tampoco exageremos con la transformación. Nos encontramos en la última semana del presidente Andrés Manuel López Obrador. Esta es la quincena definitiva como primer mandatario. El presidente de las mañaneras, un líder que no dejó de dominar el ritmo de la política nacional. La figura que difícilmente se situaba en medio de entre amor y el odio. El ciudadano que prometió no huir del país cuando su chamba concluya. Estoy seguro de que son sus detractores los que más lo van a extrañar.
Uno de los principales logros de López Obrador ha sido la creación de programas sociales enfocados en los sectores más vulnerables de la población. Programas como Jóvenes Construyendo el Futuro y Sembrando Vida han tenido un impacto positivo, brindando oportunidades de empleo y apoyo económico a millones de mexicanos, especialmente en zonas rurales. Estas políticas han sido fundamentales en la redistribución de recursos, ayudando a reducir la pobreza extrema y proporcionando una red de seguridad social.
Desde el inicio de su mandato, López Obrador ha promovido una política de austeridad, buscando eliminar excesos y reducir los altos sueldos de funcionarios. Este enfoque ha resonado en sectores de la población que consideran que los gobiernos anteriores hicieron un uso excesivo de los recursos públicos. La eliminación de pensiones para expresidentes y la venta del avión presidencial son ejemplos simbólicos de esta política.
Aunque criticada en ciertos aspectos, la gestión de la pandemia por parte de su gobierno tuvo algunos puntos positivos, como la rápida adquisición de vacunas contra COVID-19 y la distribución masiva en todo el país. México fue uno de los primeros países en América Latina en recibir dosis, priorizando a grupos vulnerables.
A pesar de su discurso de transformación, López Obrador ha generado una división significativa en el país. Sus frecuentes ataques a los medios de comunicación, intelectuales y opositores han contribuido a un clima de confrontación. En lugar de buscar el consenso, en muchas ocasiones ha optado por enfrentar a sectores que critican sus políticas, lo que ha exacerbado las tensiones.
Aun cuando las promesas de campaña repicaban con urgencia el tema de reducir la violencia, los niveles de inseguridad en México han permanecido altos. Su estrategia de “abrazos, no balazos” ha sido criticada por ser insuficiente para enfrentar el poder creciente de los cárteles del narcotráfico y la delincuencia organizada. A lo largo de su mandato, la violencia en muchas regiones del país ha seguido aumentando, y la creación de la Guardia Nacional no ha logrado frenar esta tendencia de manera significativa.
Siendo que su discurso estuvo a favor de las comunidades rurales y los sectores más marginados, proyectos como el Tren Maya y la refinería Dos Bocas han sido fuertemente criticados por su impacto ambiental. Organizaciones y especialistas han señalado que estos proyectos podrían causar daños irreversibles en ecosistemas protegidos y afectar a comunidades locales. La falta de estudios ambientales exhaustivos ha generado preocupación en este sentido.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha sido un periodo de cambios inimaginables para la política mexicana, con grandes aciertos en el combate a la desigualdad, pero también con importantes desafíos en términos de seguridad y gobernabilidad. Su legado será debatido por años, y su estilo de liderazgo ha dejado una huella indeleble en el escenario político. ¿Podrán las instituciones democráticas adaptarse y superar los retos que su administración ha dejado?