Por Israel Reyes
La inteligencia artificial (IA) ha revolucionado la forma en que las máquinas pueden realizar tareas complejas. A través del uso de algoritmos y modelos de aprendizaje automático, las máquinas pueden procesar y comprender información de manera similar a como lo hacemos los humanos. Un ejemplo claro de esto es el reconocimiento de voz. Gracias a la inteligencia artificial, los asistentes virtuales como Siri o Alexa pueden entender y responder a nuestras preguntas habladas. Esto es posible gracias a que las máquinas han sido entrenadas para reconocer patrones de voz y convertirlos en texto.
Otro campo en el que la inteligencia artificial ha demostrado su poder es en el análisis de grandes cantidades de datos. Las máquinas son capaces de identificar patrones y tendencias en los datos, lo que permite a las empresas tomar decisiones más informadas y eficientes. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la inteligencia artificial no es perfecta y, echándole un ojo a nuestra historia, nunca lo será. Aunque las máquinas pueden realizar tareas específicas de manera eficiente, todavía tienen dificultades para comprender el contexto y adaptarse a situaciones nuevas o imprevistas.
A medida que la tecnología avanza, es probable que veamos un crecimiento aún mayor en el campo de la inteligencia artificial. Esto plantea preguntas éticas y sociales sobre el impacto de esta tecnología en nuestras vidas. Es importante tener en cuenta estos aspectos y garantizar que se utilice de manera responsable y ética. La IA es un campo fascinante que busca dotar a las máquinas de la capacidad de pensar y comprender como los humanos. Aunque todavía hay desafíos por superar, esta tecnología tiene el potencial de transformar nuestra forma de vida y mejorar la eficiencia en diversos ámbitos.
La introducción de la IA generativa en diferentes ámbitos, como la pintura, la música y la escritura de guiones, plantea la posibilidad de suplantar la creatividad humana por la automatización. Sin embargo, este enfoque tiene implicaciones sociales y materiales muy significativas. Bajo el impulso de la eficiencia y el costo reducido, la IA puede llevar a la producción masiva de obras de arte falsas y carentes de alma. Los avances en IA representan una amenaza para los artistas y trabajadores culturales, ya que aplicaciones como Stable Diffusion y Midjourney pueden generar imágenes detalladas a partir de indicaciones de texto por un mínimo costo. Aunque estas imágenes pueden tener sus imperfecciones y detalles, como falta de alma o detalles incorrectos, son lo suficientemente buenas como para ser utilizadas en portadas de libros y trabajos de ilustración editorial. Sin embargo, estas creaciones generadas por IA no pueden considerarse arte en el sentido tradicional. Pero no hablemos sobre arte que no hay suficiente espacio para ello.
Existen los defensores entusiastas de la cultura de la IA que confunden la reproducción con la creación y consideran que el realismo y la expresión artística son sinónimos. Sin embargo, la creatividad no se puede reducir a un proceso mecanicista. El arte y la música, al igual que la vida y el pensamiento humanos, tienen una esencia o “Geist” que no se puede cuantificar ni reducir a procesos algorítmicos. La introducción de la IA en la creación artística puede llevar a una cultura cada vez más reducida y derivada de lo que ya existe, sin aportar elementos creativos nuevos.
Si permitimos que las máquinas reemplacen a los artistas, la cultura se convertirá en una versión cada vez más limitada y derivada de lo que ya existe. La eficiencia no es sinónimo de calidad artística, y la creatividad humana va más allá de la mera reproducción mecánica.
La IA jamás podrá suplirnos, pero constantemente hará lo posible para que le creamos. Esta inteligencia sólo hace más eficiente el promedio de lo que ya se hizo. Esto no nos da libertad, sino que nos vuelve esclavos de nuestra propia creación.
¿Te imaginas a la IA remplazando a jueces o políticos?
