Por Israel Reyes
El fenómeno de la casa de los famosos ha llegado a invadir todas las redes sociales a tal grado que ha llegado atrapar mi atención con las acciones, omisiones y reacciones de los participantes. He visto cómo las personas llegan a comportarse como unas verdaderas basuras con sus compañeros y aun así estar seguras de que lo están haciendo bien. La sorpresa al salir expulsados les muestra una realidad que no concuerda con la vivida en esa pequeña prisión con cámaras.
En este contexto, me recuerda al famoso mito de la caverna, que se presenta en La República. A través de esta alegoría, Platón aborda la existencia de dos mundos que reflejan la complejidad del conocimiento. Por un lado, está el mundo de las ideas, accesible únicamente a través de la razón, y por otro, el mundo sensible, que percibimos a través de nuestros sentidos. Sin embargo, este último resulta ser menos confiable, ya que puede engañarnos y limitar nuestra comprensión de la realidad.
Dos voces, la de Sócrates, su maestro, y la de Glaucón, el aprendiz de gobernante, relatan una historia profunda. “Imagina una cueva subterránea con una abertura que permite la entrada de la luz”, dice Sócrates. En esa cueva viven hombres que han estado “encadenados desde la infancia”. De manera literal y figurada, son esclavos de su propia percepción. Solo pueden ver lo que está frente a ellos: las sombras de los objetos que pasan frente a la luz, proyectadas por personas que, desde fuera de la cueva, crean y eligen esas imágenes. Esa es su única realidad.
Platón utiliza esta alegoría para explorar los dos mundos que reflejan la complejidad del conocimiento. Pero ¿qué sucede cuando esa realidad se enfrenta a la verdadera, es decir, al mundo de las ideas? Si uno de estos esclavos es “arrancado” de la caverna y llevado hacia el mundo más allá de las sombras, finalmente accedería a un nuevo nivel de entendimiento: vería el sol por primera vez y se daría cuenta de que lo que conocía eran solo simulaciones; la verdad es completamente diferente. Quizás querría compartir su descubrimiento con sus compañeros en la cueva, pero esa tarea no será sencilla.
Acostumbrado a la luz real, al regresar a la caverna, le costará adaptarse de nuevo a la oscuridad y a las sombras. Sus compañeros, al observar su difícil reintegración, desconfiarán aún más del mundo exterior, considerándolo peligroso. En lugar de aceptar que el que ha vuelto ha descubierto que la vida en la caverna es solo un eco distorsionado de la realidad, verán que salir de la oscuridad solo trae problemas y tratarán de evitarlo. “Si alguien intentara liberarlos y sacarlos de allí para llevarlos a la luz, ¿no intentarían atraparlo y matarlo?”, pregunta Sócrates a Glaucón. “Seguramente que sí”, responde él. “Esa, querido Glaucón, es la imagen de la condición humana”.
¿Estamos viviendo en el presente aceptando sombras como realidad? Así como los esclavos en la caverna de Platón tuvieron que descubrir que las sombras no eran la verdad, en nuestro mundo hiperconectado es crucial identificar qué es real y qué forma parte de un juego de espejos en la sociedad moderna.