Por Israel Reyes
Tarde, pero sin sueño. Después de bastantitas semanas del final de esta interesante serie por fin puedo comentarles algunas precisiones. Les hablo de Succession, que es una exitosa serie de televisión estadounidense de drama que fue creada por Jesse Armstrong y contó con Will Ferrell y Adam McKay como productores ejecutivos. Se transmitió en HBO desde el 3 de junio de 2018 hasta el 28 de mayo de 2023. La trama se desenvuelve alrededor de la familia Roy, propietaria del gigante conglomerado de medios y entretenimiento Waystar RoyCo, y su constante lucha por el control de la empresa, especialmente en medio de la incertidumbre sobre la salud del patriarca de la familia.
La lucha por el poder, al igual que el arte de la guerra, es un tema clásico que ofrece infinitas posibilidades para explorar la naturaleza humana y sus claroscuros. Sin embargo, lo que realmente ha fascinado al espectador de Succession es la oportunidad de adentrarse en los salones de los súper ricos contemporáneos y descubrir cómo viven y se desenvuelven aquellos que pertenecen al 1% que tanto preocupa a Thomas Piketty y a los movimientos de indignados.
Los personajes extremos siempre permiten que la trama se tense y, por supuesto, los súper millonarios, incluso aquellos más mundanos, son por definición personajes excepcionales. Es por eso por lo que en sus vidas y peripecias encontramos un género narrativo respaldado por una interminable lista de libros y películas, que parece estar de moda en una época de igualdad como la nuestra, en la que intentan vendernos un chándal en las exclusivas calles de Tokio. Entre las novedades de este género o subgénero, que Filmin incluye en su genial catálogo bajo la clasificación “los ricos también lloran”, recientemente hemos disfrutado de “El triángulo de la tristeza”, una película muy impactante que se desarrolla en un yate con oligarcas rusos, modelos deslumbrantes y traficantes de armas a bordo. En ella, el director juega magistralmente, sin caer en maniqueísmos, con el concepto de privilegio, que en la actualidad a menudo se aborda desde postulados cursis y delirantes. También hemos disfrutado mucho de la divertidísima “The White Lotus” (especialmente la primera temporada), donde un lujoso hotel en la playa se convierte en el escenario para dar rienda suelta a las filias y fobias de una clientela neurótica e infantilizada, a la que el creador tiene la habilidad de no juzgar desde el dogmatismo que los nuevos inquisidores nos tienen acostumbrados.
Lo que realmente se puede apreciar en esta saga de herederos desafortunados es que, Succession es una de las críticas más impactantes a la meritocracia desde que Michael Sandel lideró la cruzada de los puritanos contra lo que él llama ‘la tiranía del mérito’. Sin embargo, lo que realmente se puede apreciar en esta saga de herederos desafortunados que es Succession es una de las críticas más impactantes a la meritocracia desde que Michael Sandel lideró la cruzada de los puritanos contra lo que él llama “la tiranía del mérito”.
En la serie del año encontramos trepadores sociales, aprovechados e incompetentes de todo tipo, aunque también es cierto que el poderoso imperio mediático que crea el implacable líder del clan, Logan Roy, es fruto de su talento, esfuerzo y, por supuesto, de su brutalidad y falta de escrúpulos. “Debes poder ser un asesino”, le dice a uno de sus hijos. En cualquier caso, como nuestro querido Diego Garrocho ha dejado escrito en algún lugar, “criticar la meritocracia porque no existe es como criticar la paz o la justicia porque no existen”. La plenitud es un asunto más propio de los santos y no se lleva bien con las ambigüedades que impone la realidad. No debemos disparar al pianista ni enterrar bajo tierra ningún ideal solo porque sea difícil de alcanzar. Por supuesto, también hay quienes han visto en este drama, para risa de todos, la prueba definitiva de la falta de ética del capitalismo, algo que hemos venido escuchando desde que Steinbeck escribió “Las uvas de la ira”, y probablemente me quedo corto. Por lo tanto, es importante separar el grano de la paja una vez más.
Nuestras democracias ya no caben más llorones en la zona de confort.