Por Israel Reyes
Ahora que nos tienen atiborrados con las campañas para la presidencia de la República, de que si hay ciencia o títulos, de que si la tesis es legítima o no, o simplemente de medirse el ego a ver quién tiene más doctorados o libros publicados. Como si no supiéramos cómo se consiguen esas cosas, caray. Creen que todavía estamos en 1990. Piensan que ese privilegio de haber estudiado la universidad fue por puro esfuerzo y mérito propio y no por una circunstancia de vida que, la gran mayoría no conoce ni conocerá.
La primera vez que Fermín García ingresó a un campus universitario, se encontró rodeado de personas que parecían tener más conocimiento que él sobre sociedad, urbanismo y “todo lo que era diferente”. Él atribuye esas disparidades a su educación. No creció en la pobreza, sino en un pueblo de clase trabajadora en una pequeña área rural de Coahuila, pero fue el primero de su familia en asistir a la universidad.
Su madre quedó embarazada y tuvo que abandonar la escuela, mientras que su padre trabajó en una mina de carbón desde su adolescencia. Vivió en un entorno en el que pocos continuaban estudiando después de la escuela secundaria. Actualmente, Fermín cuenta con una sólida educación y es profesor además de que dirige los programas de posgrado en la universidad pública en el estado de Campeche.
De vez en cuando, Fermín recuerda cómo se sintió en sus primeros días en el campus universitario, cuando un compañero corrigió amablemente su gramática imperfecta, sin intención de ofender, simplemente porque creció en un entorno diferente. Aunque estén compa logró avanzar en el mundo académico a pesar de su pasado, sus experiencias resaltan la división social existente en la educación. Aquellas personas con menos educación debido a su desventaja social sufren un sesgo sutil pero profundo.
Un estudio publicado en la Revista de Psicología Social Experimental llamó a este fenómeno “educacionismo” y encontró evidencia clara de lo que Fermín y muchos otros sospechaban desde hace tiempo: las personas con mayor educación tienen sesgos implícitos hacia aquellos con menos educación. Esto tiene consecuencias desafortunadas y no deseadas, que a menudo provienen de la brecha entre ricos y pobres.
Es un problema “social” que crea una división significativa y que necesita ser abordado, según explica Toon Kuppens de la Universidad de Groningen en los Países Bajos. La idea de que las personas tienen prejuicios hacia aquellos con menos educación no es nueva. En los años 80, el sociólogo francés Pierre Bourdieu lo llamó el “racismo de la inteligencia… de la clase dominante”, que serviría para justificar su posición en la sociedad. Bourdieu afirmó que el sistema educativo fue inventado por las clases dominantes. La educación también tiene el poder de generar divisiones en la sociedad de diversas formas. Los niveles educativos más altos están asociados a mejores ingresos, salud, bienestar y empleo.
La pobreza no sólo afecta la toma de decisiones. El estatus educativo también revela divisiones políticas. Hay personas que todavía sostienen que para poder administrar un ayuntamiento o aspirar a un cargo de elección popular se debe contar con un titulo profesional. Que sin ello no deberían tener el derecho de ser votados (es más, quizá hasta el de votar le quitarían si fuera posible)
La actitud meritocrática de que aquellos que trabajan duro tendrán éxito sigue siendo la constante, a pesar de las pruebas que demuestran que hay muchos factores multidimensionales que están más allá del control de las personas y que pueden obstaculizar su potencial. Desafortunadamente, son aquellos que están mejor educados, y quienes deberían ser conscientes de la discriminación, quienes a menudo se benefician, sin darse cuenta, de la misma desigualdad que contribuyen a crear.