El karma no es un gato

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Por Israel Reyes 

El Karma, según la cantante, compositora, productora, directora, actriz y empresaria estadounidense, Taylor Swift, lo describe como “el karma es su novio, el karma es un dios, el karma es la brisa en mi cabello, el fin de semana, el karma es un pensamiento relajante, ¿no sientes envidia de que para ti no lo sea? Dulce como la miel, el karma es un gato, ronroneando en mi regazo porque me ama, flexionándose como un maldito acróbata, el karma y yo vibramos así”. 

Haciendo a un lado las aproximaciones de esta famosa cantante, me temo decirles que está a diez cuadras del desfile, la comadre. Les digo el porqué: 

Las religiones dhármicas enseñan que el karma, derivado del sánscrito (lengua clásica de los eruditos indios) significa “acción”, representa una fuerza cósmica trascendente que se origina a partir de las acciones de las personas. Este concepto, fundamental en el hinduismo, budismo, jainismo, ayyavazhi y espiritismo, se interpreta como una ley de retribución o causa y efecto, influyendo en las sucesivas reencarnaciones según las acciones pasadas. A diferencia del cristianismo, donde el pecado se asemeja al karma, este último no requiere un control divino, siendo visto como una ley natural. En estas tradiciones, se considera que las acciones físicas, las palabras y los pensamientos contribuyen al karma, cuya comprensión y práctica religiosa pueden liberar a las personas de su influencia y, según se cree, de los cuatro sufrimientos: nacimiento, enfermedad, vejez y muerte. Además, el karma no solo tiene dimensiones morales, sino también existenciales, ya que se manifiesta cuando el individuo no reconoce la verdadera naturaleza de la realidad, exacerbando los efectos nocivos al intentar remediarlos sin comprender su propia contribución a ellos.

Este sincretismo me parece interesante, ya que fuera de las bromas, los memes, las canciones y hasta la ferviente creencia en el Karma hace que la religión judeocristiana evolucione (aunque no lo acepten los líderes religiosos) ¿Puede una religión de más de dos mil años fusionarse con otra de que nace entre los siglos XI y VIII antes de Cristo? La respuesta es, por si puesto que sí, carajo. 

El proceso de sincretización religiosa debe entenderse como una simbiosis en la que ambos cultos se mantienen, generando posiblemente una nueva identidad cultural única, incluso con la coexistencia de dos sistemas de creencias distintas. Es importante diferenciar entre la experiencia religiosa y la cultural para comprender la profundidad de este fenómeno. La ornamentación de la tradición debe ser reconocida como tal, entendiendo que la esencia no reside en la forma de un ritual, sino en su significado, evitando confundirlo con el significado del culto.

El sincretismo no es un proceso automático derivado del diálogo o la colaboración, sino que surge de la coexistencia. Cuando dos culturas se encuentran, pueden surgir conflictos que requieren ser enfrentados en dos etapas: la acomodación y la asimilación.

El objetivo final del sincretismo es lograr la asimilación religiosa, pero esto siempre requiere primero la adaptación. Esta última permite a los individuos vivir en un nuevo mundo plural como si fuera propio, facilitando la convivencia natural con las nuevas culturas.

Y ya para terminar, el Karma seguramente no es un gato ni tampoco es que exista. Solamente les digo que tú eres lo que es tu deseo más profundo. Así como es tu deseo, así es tu intención. Así como es tu intención, así es tu voluntad. Así como es tu voluntad, así son tus acciones. Así como son tus acciones, así es tu destino. Estas frases pertenecen a los Upanishads, antiguos textos escritos en sánscrito que contienen algunas de las bases filosóficas del hinduismo.

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