El derecho a la pereza

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(Última parte)

Por Israel Reyes 

En 2022, surgió la queja común: “¡Nadie quiere trabajar!”. Esta reacción se dio ante el fenómeno de la “renuncia silenciosa”, que describía a empleados cumpliendo solo lo esencial en sus trabajos, sin sobreesfuerzos. Aunque se percibió como una tendencia a la improductividad, en realidad reflejaba una respuesta a las demandas laborales excesivas. Mientras algunos trabajadores, como los de oficinas, podían optar por esta “renuncia”, otros, en empleos más precarios, carecían de tal lujo. Los sobreexplotados en fábricas y servicios no podían permitirse esa autonomía.

La “renuncia silenciosa” subraya el desequilibrio en el mercado laboral y la insatisfacción general con las condiciones de trabajo. En respuesta a esta aceleración del ritmo laboral, muchos empleados han recurrido a huelgas y organización colectiva. Libros como Work Won’t Love You Back de Sarah Jaffe y How to Do Nothing de Jenny Odell defienden la idea de trabajar menos y vivir más plenamente. Estas ideas, sin duda, serían celebradas por Paul Lafargue, un marxista del siglo XIX que escribió El derecho a la pereza, un panfleto que atacaba la idea del amor al trabajo, considerándolo una “aberración mental”.

Lafargue argumentaba que el capitalismo obliga a los trabajadores a sobreproducir mientras sus condiciones se deterioran, y que la tecnología, en lugar de beneficiar a los empleados, se utiliza para aumentar la explotación. Proponía que, en lugar de trabajar excesivamente, las personas deberían disfrutar más de la vida, trabajando solo tres horas al día y dejando que las máquinas asuman gran parte de la carga laboral. También anticipó el problema actual de la adulteración de productos y el exceso de producción con el fin de mantener el flujo de capital.

Uno de sus mayores blancos de crítica era la moralidad burguesa, denunciando el “progreso” celebrado por autores como Victor Hugo y los “Derechos del Hombre”, que veía como un disfraz para la explotación capitalista. Con una perspectiva influenciada por sus raíces multiculturales, Lafargue se enorgullecía de su ascendencia negra y rechazaba los ideales de la civilización europea que justificaban la explotación.

Aunque a menudo relegado a un segundo plano en la historia del marxismo, Lafargue tuvo un impacto significativo en el socialismo francés y en la relación entre caribeños, afroeuropeos y el socialismo. Su vida estuvo marcada por la lucha constante, tanto en el ámbito político como personal, incluida su participación en la Comuna de París y sus múltiples exilios. Junto con su esposa Laura, hija de Karl Marx, Lafargue se mantuvo fiel a sus ideales socialistas, incluso en medio de dificultades económicas y críticas racistas por parte de sus compañeros.

Lafargue no solo criticaba el trabajo excesivo, sino que también veía el ocio como un derecho fundamental, una herramienta de resistencia contra el sistema capitalista. Aunque sus ideas sobre el “régimen de pereza” a veces parecen idealistas o ingenuas, su llamado a cuestionar las condiciones laborales sigue siendo relevante. En un mundo donde el trabajo continúa dominando nuestras vidas, la visión de Lafargue invita a repensar la relación entre el trabajo, la productividad y la calidad de vida.

Hoy, la obra de Lafargue resuena en los movimientos que abogan por una reducción de la jornada laboral y una vida más equilibrada. Su crítica a la explotación capitalista y su defensa del derecho al ocio siguen siendo una fuente de inspiración para aquellos que buscan alternativas a la estructura laboral actual.

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