Desigualdad y empresa

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Emprender un negocio no es como lo pintan. No me dejarán mentir aquellas personas que ya lo han hecho, que conocen realmente los riesgos, implicaciones, costo-beneficio y claro, los fracasos que conlleva el iniciar un negocio propio. Romantizarlo sería una irresponsabilidad ya que esta aventura no es para todos. La circunstancia, el esfuerzo y el azar son factores en donde parte la desigualdad como humanidad: no por contar con capital tienes las relaciones o destrezas necesarias o no por echarle muchas ganas a una idea significa que te irá bien en lo proyectado. 

Además de todo esto, la desigualdad entre las empresas es algo muy común en México: la competencia, especialización y el entorno entre los mercados que atienden a las mismas generan ese resultado. Es más, la desigualdad es mayor que entre las personas ya que el capital se concentra aún más en ellas. En México se recrudece este problema, solo por hacer una comparativa, En Estados Unidos las empresas manufactureras más acaudaladas tienen ganancias cuatro veces superiores al promedio, mientras en nuestro país es de 16 veces, según The Forbes Billionares. La desigualdad nos pega a todos por igual, ningún giro o idea innovadora se salva.

Cabe destacar que en nuestro país sucede algo raro, es muy común que se defienda a la élite empresarial, no sabemos cuándo ni cómo se nos programó para pensar que pertenecemos a ella. Como si ser emprendedor o empresario nos coloque dentro de esa reducidísima lista de ricos, pero no es así. Nunca lo será si continuamos igual. Al empresario promedio le convendría que el impuesto sea progresivo, es decir, que el empresario más rico pagara más impuestos y con ello incentivar a nuevos proyectos, así como la creación de instituciones para el fomento industrial-empresarial que apoye a ese empresario promedio, regular a los grandes y evitar sobreprecios en los insumos de producción. Claro, todo esto como el arranque de un proyecto de Estado serio. 

Por otro lado, el error en la matrix es genérico, el gobierno también piensa que el empresario es rico por antonomasia, de tal forma que, por lo general, se le cargue la mano por igual en las reglas del juego. Siendo este el principal problema de la desigualdad. Esta falta de conciencia e clase entre los empresarios es con la que hemos estado lidiando por décadas, haciendo ver que el fracaso, tan común entre los grandes y pequeños sea algo terrible. Con la diferencia que para el empresario más pobre pueda implicarlo en la ruina total. No es un número pequeño, en el censo del INEGI 2019 se contó a 6.4 millones de empresas mexicanas. Se estima que anualmente nacen 29 mil empresarios en condición precaria y esto no es por la pasión o el deseo de emprender que comúnmente se nos restriega como dogma, sino por la falta de un empleo digno con todas sus letras. Ser microempresario en este tablero es, en muchísimas ocasiones, un mero autoempleo mal pagado. Imaginemos un México con verdadera vocación empresarial y no una precaria alternativa para la supervivencia.

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