Por Fernando Urbano
El 28 de julio los ojos del mundo se enfocaron en las elecciones de Venezuela; y no para observar la jornada electoral o los resultados, si no para ver el fraude que se atrevería a hacer “el chavismo” para retener el poder.
Durante el desarrollo de las votaciones, iniciaron los primeros problemas. Cuando el régimen se dio cuenta que la oposición que estaba acudiendo a las urnas era tan grande, intentaron cerrar los centros de votación y generar irregularidades para evitar que ejercieran su derecho al voto, pero los ciudadanos en algunos puntos lograron abrir los centros para poder entrar.
Durante el desarrollo de la jornada electoral, las encuestas de salida le daban un 2 a 1 de ventaja a la oposición, y al cierre el sondeo general proyectaba que Maduro perdía por más de 40 puntos porcentuales, y que la a inminente victoria de Edmundo González era aplastante. Tal cuál como días antes el propio Maduro había pedido que tenía que ser su victoria, “contundente e irreversible”.
Y aunque los resultados eran más que evidentes, no quedó ninguna duda cuando un chavista que fungía como colaborador en el centro del conteo electoral publicó accidentalmente una selfie desde el Centro de Cómputos, exhibiendo en las pantallas del fondo la derrota de Nicolás Maduro en diversos estados, registrada en gráficas que marcaban las tendencias a favor de Edmundo González, anunciando la esperada derrota de Maduro, el presidente que ansiaba convertirse en dictador.
Al cierre de la jornada y después de los conteos, a través de miles de lives y videos subidos a diversas redes sociales fueron documentados por ciudadanos, los resultados que “cantaban” los funcionarios de las mesas afuera de los centros de votación, y que daban un respiro de libertad a los venezolanos. En todas las mesas ganó Edmundo.
El fraude, y su tamaño, eran predecibles, porque Maduro ejerce un gobierno totalitario, construido en 25 años de comunismo y populismo. El presidente del sometido Consejo Electoral, Elvis Enamorado, fue el encargado de oficializar el fraude, e informó que el dictador venezolano había ganado las elecciones con 5,150,092 votos, equivalentes al 51.20% del total, según el 80% de las actas escrutadas. Además, denunció una agresión al sistema de transmisión de datos, para justificar la razón por la cual la página del cómputo estaba inactiva. En este anunció lo que más llamó la atención fue que los resultados que presentó sumaban erróneamente 132 y 110 por ciento en el total de las votaciones.
Mientras este anuncio oficializaba el esperado fraude, el régimen chavista, sin ningún pudor, secuestraba las actas de los centros de votación, con la única intención de seguir manteniendo lapidada la democracia venezolana y lejana de un pueblo que por años la ha exigido. Maduro pensó que, sin pruebas, pero con su mensaje mesiánico los venezolanos se someterían una vez más al ideario chavista.
No fue así, el pueblo de Venezuela salió a las calles, como señal inequívoca del desgaste de un hombre y un régimen autoritario que se rehúsan a abandonar el poder. Ya lo habían hecho cientos de veces, pero en esta ocasión los ánimos son distintos, tienen pruebas, tienen las actas, y cuentan con el liderazgo y la voz firme, y valiente de Corina Machado.