<strong>Competencia bancaria</strong>

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“Un banco es un lugar que te presta dinero si puedes probar que no lo necesitas.”

Bob Hope

A estas alturas nos parece inverosímil no contar con una tarjeta bancaria, ya sea física o electrónica; ya sea de débito o crédito. Acceder a bienes y servicios nos parecería casi imposible sin estas herramientas que lejos de ser un beneficio para el usuario es un perjuicio silencioso que a la larga nos come una gran parte de nuestras ganancias. Nos enseñaron que eso de esconderlo debajo del colchón no era conveniente, en primer lugar, por la seguridad de nuestro dinero y en segundo porque ahí, debajo del mueble solo perdería valor a diferencia de “guardarlo” e “invertirlo” en una institución que velará porque ese dinero genere lo suficiente como para dejar ganancias tanto para el banco como para el cliente. 
Hace aproximadamente 2000 años antes de Cristo que el primer prototipo bancario empezara a funcionar para los comerciantes de la Mesopotamia. Ahí se expedían préstamos de granos a los agricultores, negociantes y transportistas para obtener utilidades ya sea en Fenicia, Asiria y Babilonia. Más adelante, en la Antigua Grecia y durante el Imperio Romano, los prestamistas ya realizaban empréstitos incorporando dos innovaciones relevantes: aceptaban depósitos y cambiaban dinero. Hoy en día, en México, las ganancias solo están a favor de los bancos. La competencia es nula de tal forma que no se hace un solo esfuerzo por mejorar el servicio bancario. 
Según datos del Banco Mundial, la banca mexicana es dos veces mejor negocio que la banca en Estados Unidos y casi 20% mejor negocio que en Canadá. En este rubro, México es más rentable que en el 82% de los países en el mundo.  El economista y profesor estadounidense, Joseph Stiglitz, afirma que los grandes bancos tienen una ventaja competitiva sobre los demás, que no se basa en una fortaleza económica real sino en las distorsiones provocadas por la garantía implícita del gobierno. A la larga, existe el riesgo de que el sector financiero sea un sector cada vez más distorsionado. Es ahí precisamente el problema: hay pocos bancos y los que hay no compiten entre sí. Ellos ponen las reglas del juego para que todos se lleven una buena tajada del dinero de los mexicanos. Sin competencia estas instituciones pueden abusar con la mano en la cintura. 
El dato de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre los préstamos a pequeñas y medianas empresas, en México son más costosos que en el 91% de los países miembro. Las comisiones por pago con los plásticos son altísimas a tal grado que se convierten en un terreno escabroso en lugar de ser un puente para los pequeños negocios al bancarizarse. Desincentivar la bancarización lleva a otros problemas para el emprendedor: no se pueden comprobar los ingresos y así se vuelve imposible acceder a un crédito, precisamente bancario. 
En un país en el que solo el 47% de la población tiene acceso a una cuenta bancaria y donde solo el 31% cuenta con un crédito activo es solo muestra de que esta asignatura pendiente por parte del gobierno es algo que ya da muestra de la urgencia por un árbitro que genere esa competencia que todos los mexicanos necesitamos. La competencia no es solo la base de la protección del consumidor, sino que es además el incentivo para el progreso.

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