Al fin… 

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Por Fernando Urbano  

Al fin termina el sexenio que pasará a la historia como la administración del “yo no fui” y de “los otros datos”, que no son otra cosa, más que mentiras y datos falsos. Pero también trasciende el legado del presidente en seguridad, y que se resume en la realidad de un país hundido en la violencia y entregado al narcotráfico, con la escalofriante cifra de 83 asesinatos diarios

La desafortunada realidad del país se agrava con la destrucción de las instituciones que dan vida a la democracia y al estado de derecho, extrañamente esto no nos sorprende porque ese  fue siempre el vaticinio del propio López Obrador, ya que desde hace años nos advirtió que innegablemente llegaríamos a este punto si él llegaba a la presidencia.

Todos teníamos conciencia de quién era Andrés Manuel López Obrador, un hombre al que le gusta la demagogia, el autoritarismo, que desprecia la verdad, los órganos de control y que actúa por encima de la constitución. Y por si a alguien le quedaba duda, lo dejó en claro con la reforma judicial, sin importarle poner al país al borde de una grave crisis constitucional. 

Pero su legado también incluye una crisis institucional por los riesgos creados en otros sectores derivados alta tasa de desempleo, el incremento de la pobreza, riesgos importantes en los sectores energéticos y de telecomunicaciones, relaciones diplomáticas débiles, opacidad, deuda, fuga de inversiones y capitales, vulnerabilidad económica, y una larga lista de problemas que generarán en el corto plazo mayor inestabilidad. 

Además de una larga lista de promesas incumplidas, como el no aumentar impuestos ni elevar el nivel de deuda, que ya supera los 10 billones de pesos en ese año. No metió a los ex presidentes a la cárcel. No regresó a los militares a los cuarteles, no terminó con la corrupción y tampoco logró la soberanía energética. Mucho menos aclaró el “caso Ayotzinapa”, no nos convertimos en Dinamarca y él la protección al medio ambiente fue uno de los temas de menor importancia durante el sexenio. 

Lo positivo que construyó López, fue a favor del Movimiento de Renovación Nacional, Morena. Les otorgó poder absoluto; les dio un ejército disfrazado de funcionarios, los servidores de la nación, y financiados por el propio gobierno; una bolsa ilimitada de recursos, desviados por los gobernadores de la 4T; y las herramientas necesarias y suficientes para chantajear, presionar y comprar voluntades a favor de su causa personal. 

Pero, al fin, el lunes a la medianoche termina el sexenio de López Obrador y comienza otro. No me atrevo a afirmar que inicia el de Claudia, por qué las señales indican que será solamente la continuación del anterior. Y aunque la “doctora” será la que asuma en el primer minuto del 1 de octubre la titularidad del poder ejecutivo, será por mucho la primera en llegar a la presidencia con menos poder que cualquier otro presidente en la historia. Ella no es popular, lo es el presidente; no controla a Morena, la controla el presidente; ella no ganó la elección, la ganó el presidente; y su permanencia depende de la voluntad del presidente, pues solamente él tiene la capacidad de movilizar a su propio partido para revocar su mandato. 

El próximo sexenio, el de Claudia, no ha generado expectativas, pero si muchas interrogantes, sobre cómo será su administración, sus enfoques y cuál será la orientación de las finanzas públicas para intentar dar algo de estabilidad al país. Pocos o casi escasos son los positivos con los que cuenta la administración pública federal, esa es la realidad, y la tarea de la próxima presidenta será la de administrar la incertidumbre para evitar la implosión de la Cuarta Transformación. 

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