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Opinión

El Tributo 

Fernando Urbano
Fernando Urbano
marzo 10, 2025

El gobierno mexicano entregó a 29 narcotraficantes de alto perfil a Estados Unidos, un acto que no solo remite a la lucha contra el crimen, sino que a todas luces fue un “tributo” que recuerda las antiguas ofrendas realizadas por las civilizaciones prehispánicas a sus dioses. Esta entrega, lejos de ser una simple medida de cooperación internacional, se configura como un acto simbólico y político en el contexto de la relación tensa y complicada entre México y Estados Unidos. En un escenario donde el presidente Donald Trump, ejerce una influencia desmesurada sobre la política exterior mexicana, esta entrega adquiere tintes de sacrificio moderno, un tributo que busca calmar la ira de un dios moderno y sus amenazas comerciales.

Hace siglos, las civilizaciones como los aztecas, mayas y otras grandes culturas precolombinas ofrecían tributos a sus dioses, en un intento por apaciguar su irá y obtener favores que garantizaran la supervivencia del pueblo. Estos tributos solían ser bienes preciosos, como oro, alimentos, o incluso sacrificios humanos, y se realizaban bajo la creencia de que las deidades podían otorgar prosperidad, pero también castigar con desastres si no recibían lo que consideraban merecido. De manera similar, la entrega de narcotraficantes a Estados Unidos se puede leer como un intento del gobierno mexicano de apaciguar las amenazas de Donald Trump, que se ha erigido en la figura central de las tensiones comerciales y políticas que han marcado la relación entre ambos países.

En este contexto, el dios Trump, al que México ofrece este tributo representa la amenaza constante de los aranceles, la presión por cambiar las reglas del comercio bilateral e incluso por reconfigurar el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, y ha colocado a México en una posición vulnerable. Para evitar el castigo económico que podría resultar de una escalada en las tensiones, el gobierno mexicano se vio obligado a entregar algo que considera valioso para satisfacer las demandas de Trump, a cambio de la pausa en sus amenazas comerciales.

El narcotráfico, una de las mayores preocupaciones de Estados Unidos y una de las industrias más destructivas para ambos países, se convierte en el “tributo” perfecto en esta metáfora. Al entregar a estos narcotraficantes de alto perfil, el gobierno mexicano parece buscar el perdón de Trump, quien ha sido un crítico feroz de la situación del narcotráfico en México. Este acto podría interpretarse como una manera de mostrar que México está dispuesto a colaborar estrechamente con Estados Unidos en la lucha contra el crimen organizado, aunque en este caso, el costo es el sacrificio de individuos clave del narcotráfico, como si fueran piezas sacrificadas para mantener la paz.

México, una nación cuya economía depende enormemente de su relación comercial con Estados Unidos, no puede permitirse los caprichos de un presidente que amenaza con la posibilidad de aranceles o bloqueos comerciales. La economía mexicana ya enfrenta numerosos desafíos internos, desde la pobreza y la inseguridad hasta las tensiones políticas internas. A esto se añade la incertidumbre generada por las decisiones impredecibles de Trump, quien sigue manejando la relación bilateral con una lógica de “todo o nada”. Así como las civilizaciones prehispánicas entregaban tributos para asegurar cosechas o evitar calamidades, México entrega a estos narcotraficantes como una medida desesperada para evitar que las amenazas de Trump se concreten en sanciones económicas que podrían ser devastadoras.

El gobierno mexicano, al igual que en el pasado cuando ofrecía tributos a las deidades para evitar desastres, busca ahora un acuerdo tácito con el “dios” Trump. La promesa de eliminar a los narcotraficantes más notorios es una ofrenda que se presenta como una muestra de cooperación, pero en el fondo, refleja una situación de sumisión. La pregunta es, ¿realmente Trump se conformará con este sacrificio o pedirá más en el futuro? Si la historia nos ha enseñado algo, es que los dioses, una vez satisfechos con los tributos, rara vez dejan de exigir, y mucho menos se conforman con una sola ofrenda.

Este episodio, por tanto, no debe ser visto sólo como un acto de cooperación internacional, sino como un claro recordatorio de las dinámicas de poder en las que se mueve México, atrapado entre su propio interés por la justicia y el imperativo económico de mantener la relación con un vecino que, a menudo, actúa como un dios demandante. El desafío para México será, entonces, encontrar un equilibrio que no lo convierta en un eterno tributario, sino que le permita recuperar el control de su soberanía económica y política, sin tener que sacrificar más en el altar de las amenazas extranjeras.

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