Por Israel Reyes

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Pasó lo que muchos sabíamos que pasaría, Donald Trump gana las elecciones y lo de la Suprema ya es agua pasada. Cada vez hay menos sorprendidos en este tablero llamado política. El fascismo le ganó al imperialismo woke y punto. Los gringos prefirieron a un violador que a una mujer al mando de su país. Lo que si llama mucho la atención son esos compatriotas mexicanos que me llegaron a comentar: si fuera gringo, votaría por Trump. Y sí, es una señal de lo que también ocurre en democracias al sur global. 

Es una pena para Samuel García y los suyos que cada vez se ve más lejana la idea de que Tesla llegue a tierras regias. Aunque ya sabíamos que Musk le apostaba a Trump con el único fin de bloquear el avance de esa mancha voraz que es el mercado chino. Qué ironía, los defensores del “libre mercado” son los primeros en bloquearlo al verse desfavorecidos. 

¿Qué fue lo que sucedió? Con una segunda victoria de Donald Trump, el panorama político estadounidense se enfrenta a una serie de reflexiones profundas sobre el papel de los demócratas en el escenario electoral. A lo largo de esta última campaña, el electorado de clase trabajadora mostró una inclinación hacia Trump, impulsada en gran medida por factores económicos, como el impacto de la inflación y el descontento con las promesas incumplidas de los partidos oficiales. Esto no es casualidad; la desconexión entre el Partido Demócrata y los votantes de clase trabajadora ya se viene perfilando desde el 2016, cuando muchos apoyaron a Trump en lugar de a Hillary Clinton. Ahora, Kamala Harris se vio atrapada en este patrón, sin lograr acercarse suficientemente a quienes ven la economía como el mayor desafío.

En un contexto global, los partidos en el poder se han tambaleado en sus respectivos países, mientras que en EE.UU., la inflación y los costos de vida pesaron tanto que muchos votantes prefirieron apoyar a un candidato que, aunque polarizante, les ofrecía una alternativa a los partidos tradicionales. La economía, las políticas identitarias, y el “partido en la sombra” (un grupo de ONGs y activistas progresistas influyentes en la línea demócrata), han distanciado aún más a la clase trabajadora del partido, cuyas propuestas parecen resonar más con las clases profesionales urbanas que con la vida cotidiana de la mayoría.

Sin embargo, no todo fue culpa de Harris: la influencia del presidente Biden, los constantes escándalos, y las dificultades para comunicarse de forma clara con el electorado también pasaron factura. Trump, mientras tanto, ejecutó una campaña sin tapujos, aprovechando el desgaste demócrata e inclinando la balanza a su favor. Para los demócratas, el reto es claro: hasta que no reconecten con los votantes de clase trabajadora, la ruta hacia la Casa Blanca seguirá plagada de desafíos.

Diría un jubilado político de Palenque: solo el pueblo puede salvar al pueblo. 

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