Por Israel Reyes
Dicen que, si el sufrimiento enseñara algo, este mundo estaría lleno de sabios. Otros dicen que la vida da muchas vueltas; como una especie de mantra para el autocontrol o simplemente para dar aviso de una futura venganza. La diferencia que tiene la venganza con la justicia es que el primer término busca un mal y el otro busca un bien.
La política, en su esencia más pura, debería ser el espacio donde los conflictos se resuelvan a través del diálogo, el consenso y la razón. Sin embargo, en la realidad, la política es frecuentemente un campo donde la venganza desempeña un papel central. A lo largo de la historia, la venganza ha sido una motivación clave detrás de decisiones políticas, alianzas y confrontaciones. Esta mezcla entre poder y resentimiento ha sido analizada por filósofos y psicólogos desde diferentes perspectivas, revelando las profundas raíces psicológicas y sociales que vinculan la venganza con el ejercicio del poder.
Desde un punto de vista filosófico, la venganza ha sido tema de debate desde la antigüedad. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, la define como una respuesta emocional a un daño percibido, una reacción que busca restaurar un sentido de justicia. Sin embargo, advierte que este impulso debe ser controlado y moderado, ya que la venganza, aunque instintiva, puede distorsionar el juicio y provocar más daño del que pretende reparar.
Un ejemplo clásico de venganza política es el “Terror” que siguió a la Revolución Francesa. Tras el derrocamiento de la monarquía, el Comité de Seguridad Pública, dirigido por Maximilien Robespierre, desató una serie de ejecuciones masivas contra aquellos percibidos como enemigos de la revolución. Lo que comenzó como un intento de consolidar el poder y proteger el nuevo régimen se convirtió rápidamente en una ola de venganza política que terminó engullendo a sus propios líderes.
El ejercicio del poder político bajo el impulso de la venganza puede tener graves consecuencias, tanto para los individuos como para las sociedades. La venganza fomenta la polarización y la creación de enemigos constantes. Cuando un líder o una facción política actúa por venganza, el diálogo y la cooperación se vuelven imposibles. En lugar de resolver conflictos, la venganza los perpetúa y profundiza.
El filósofo René Girard, en su teoría del “deseo mimético”, explora cómo los conflictos y las rivalidades en la sociedad a menudo surgen de la imitación de deseos. En el contexto político, esta dinámica puede traducirse en ciclos de venganza: un acto de agresión genera otro en respuesta, creando un círculo vicioso que es difícil de romper. Según Girard, la única forma de salir de este ciclo es mediante el sacrificio o la renuncia, lo cual implica un acto de perdón o reconciliación.
La venganza, aunque profundamente arraigada en la naturaleza humana, es una fuerza destructiva en la política. Aunque la venganza puede proporcionar una satisfacción temporal, sus consecuencias a largo plazo son negativas. Para que la política sea un verdadero espacio de resolución de conflictos y progreso, es necesario que los líderes y ciudadanos aprendan a dejar de lado el resentimiento y busquen, en cambio, la reconciliación y la cooperación. Qué difícil es el perdón ¿verdad?