Balas y votos

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Por Israel Reyes 

La decadencia gringa también se refleja en sus políticos. Su democracia, entre tanta población, se reduce a decidir entre dos ancianos que poco les interesan los temas que realmente requiere su nación, pero tienen grandes ideas para solucionar conflictos bélicos y reducir la “invasión” migrante.

La violencia política en Estados Unidos tiene una historia que a veces rima, marcada por intentos de asesinato y muertes de figuras prominentes. Desde el asesinato de Abraham Lincoln hasta los intentos recientes contra Donald Trump, los tiroteos han sido una amenaza constante para los líderes del país.

El intento de asesinato de Donald Trump en un mitin en Pensilvania, donde una bala rozó su oreja derecha, es un recordatorio de los peligros que enfrentan los políticos en un país con más armas que personas. Este incidente lo coloca en una lista nada exclusiva de presidentes y candidatos presidenciales que han sido blanco de ataques. Cuatro presidentes en funciones han sido asesinados: Abraham Lincoln en 1865, James Garfield en 1881, William McKinley en 1901 y John F. Kennedy en 1963.

La muerte de estos líderes ha tenido un impacto profundo en la psique estadounidense, destacando momentos clave como los asesinatos de Lincoln y Kennedy, que siguen resonando en la memoria colectiva. Fue después del asesinato de McKinley que el Servicio Secreto de Estados Unidos comenzó a proporcionar protección a tiempo completo a los presidentes.

El último presidente en ser baleado fue Ronald Reagan en 1981. Tras pronunciar un discurso en un hotel de Washington, fue atacado por John Hinckley Jr., quien disparó con una pistola calibre 22. Reagan resultó gravemente herido, pero sobrevivió después de una operación de urgencia y 12 días en el hospital.

Otros presidentes también han sido atacados, aunque sin consecuencias fatales. En 1933, Franklin D. Roosevelt salió ileso de un ataque en Miami, pero el alcalde de Chicago, Anton Cermak, murió como resultado. En 1975, Gerald Ford sobrevivió a dos intentos de asesinato en el mismo mes, ambos perpetrados por mujeres.

Los candidatos presidenciales no han estado exentos de esta violencia. Robert F. Kennedy fue asesinado en 1968, y George Wallace quedó paralítico después de un ataque en 1972. Theodore Roosevelt, durante su campaña para regresar a la Casa Blanca en 1912, fue baleado en el pecho pero continuó su discurso con la bala aún en el cuerpo.

Figuras con influencia política significativa también han sido víctimas de ataques, como Martin Luther King Jr., asesinado en 1968, pocos meses antes de la muerte de Robert Kennedy.

La prevalencia de armas en Estados Unidos facilita que los tiroteos sean el método elegido para estos ataques. Los políticos a menudo insisten en acercarse a sus seguidores, desoyendo las recomendaciones de seguridad, lo que aumenta su vulnerabilidad. El caso de Trump es una muestra reciente de esta constante amenaza, de la que escapó con suerte solo con heridas leves.

La violencia política en Estados Unidos no solo afecta a las víctimas directas, sino que también golpea el núcleo de la identidad nacional y la percepción del liderazgo. En un contexto donde la violencia con armas de fuego es un problema endémico, la seguridad de los líderes políticos sigue siendo una preocupación crítica.

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